La voz del silencio. La inquietud de las cicatrices
asumiendo la despedida. La soledad de las alas en un canto que se vuelve árido,
carraspeando la nada. Una madrugada límpida, solo, un perro que pasea por las
aceras grises, abrazadas a la polución. El yo se vuelve cansado. El yo se
vuelve terco. El yo se vuelve contemplativo bajo el océano que nos rodea. La
voz del silencio. Ando donde los corazones martirizados se embarcan en la pena.
Y eres joven mujer. Y eres la fragilidad del peso que se hace añicos mientras
la jornada da pinceladas en habitaciones plomizas. Tu nombre se incrusta en la
memoria, ahora, cuando todavía la oscuridad repasa el ayer. Por momentos ríes,
por momentos lloras. Tu libertad esta atada a una estaca donde hay que tirar
fuerte…muy fuerte para tu mañana ¿Y vendrá ese mañana? No se sabe. Estás débil joven mujer, las
heridas no sanan y todo es tan frío…tan hermético. Una bruma es velo envolviéndote
apretadamente en tus ojos, en tus ojos de arroyuelos con sabor a sal. La voz
del silencio. La inquietud de los días, donde los pájaros aun no cantan. La
ciudad descansa, tú no. Te remueves en las esferas de la autodestrucción. La
voz del silencio. Un grito tiembla en tu voz…suplicas y suplicas. Una mano
sobre tu hombre, anhelando tu calma, tu descanso, tu cura. Y todo se vuelve
vacío. El estremecedor volumen de una radio te induce al olvido. Al olvido de
la existencia. Que venga la sonrisa. Qué venga la vida. Qué venga el todo de la
belleza, del maravilloso tintineo de tus pisadas llamando al equilibrio, a la
esperanza. La voz del silencio. Un yo cansado. Un yo terco. Un yo contemplativo
en el paso de las horas. Me gustaría emocionarme, dar un brinco en los jardines
de la alegría donde tú, joven mujer, eres dique donde rompen a las olas y las
gaviotas en su vuelo revuelto te acarician en la verticalidad de tu vida….de tu
vida.
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