Sus ojos, desembocan donde el ocaso de sus
pasos lo hace ahuyentarse de la alegría. Su llanto, riadas donde la nada anuda
su garganta. Y es que deseo estar en casa, dice ella. La molicie de sus
piernas, de su cuerpo quebrado la ahonda a la pena, a un anhelo convirtiéndola
en hija de las lágrimas. Por la ventana se perfila una montaña, una montaña
ajena a sus piernas, a sus deseos y se desmorona en la precariedad de su ánimo.
Me mira, la miro y la conversación se hace añicos cuando sus sueños se pierden
en su oscuridad, en esas sombras que lo saborean en cada instante de su recóndito
grito ¡Uhm¡su hijo, nombra a su hijo. Su hijo y ella en la orilla de una playa
recogiendo el beso de las olas. Estática, me sustento en una luz que ella ha
perdido. Y es que deseo estar en casa,
dice ella. Las dificultades de la existencia pueden ser tan crítica, tan grave
que nos alimentados de pensamientos sombríos. Por la ventana se perfila un cielo
puro, limpio donde la luna llena acaricia la oquedad del olvido. Y ella se ha
olvidado, se ha olvidado de vivir, de una vida que no quiere. La falta de amor
impera en sus sentidos. La falta de su hijo, porque nombra a su hijo ahogándola en puñales de dolor. Por la ventana se perfila una tarde que se ha ido y una
noche que ha venido. Una noche donde la pesadumbre se amontona en barcos de
papel. Una noche de luna llena donde sucumbe al tremor de del llanto. Me voy
con mis espaldas condicionadas al peso de la existencia, con la lumbre de mi
caída bajo las hojas de otoño.
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