Norte, la luna. Despacito consumo
el tiempo, un tiempo arrebatado por la memoria. Las cicatrices supuran el
aliento del adiós. Me levanto, la madrugada dice algo de mis manos, de mis
ojos, de mis piernas. Avanzo donde el norte señala a la luna. Estoy aquí, en
una isla donde la sonoridad del oleaje se hace esperar. Las farolas son chispas
de soledades, de llantos de algún vagabundo de la noche. Yo, impertinente te
pienso. Yo, capaz, aniquilo todo mal que vuela al ritmo de tu espalda. Danzo
con cierta presura donde los pájaros de la luna me entregan la verticalidad de
mi despertar. Sueño donde el norte es luna blanca con…si, con y no hay más. Me
encierro en esta habitación, mi rostro de roca calla, mi rostro erosionado
abraza un espejo y me veo. Un reflejo donde mi rostro distraído aun es capaz de
latir al pulso de la vida. Norte, la luna. Me inmiscuyo en la desolación de la
existencia, de este mundo enraizado al tormento. Y llamo a lo incierto de mi
entereza. Me levanto y te hago mía, así, con la pesadez de mis pensamientos. Y
te miro, aunque tu no me encuentres. Norte, la luna. Las batallas son duras de
exterminar, la enfermedad cruje y somos hijos de la miseria.
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