Una lluvia sutil. La monotonía de
las horas. Pisadas. El desvanecimiento de la tarde. Paredes de blanco y la
venganza de la vejez, de la dejadez, de la enfermedad. Sin embargo, el, Amadeur
se levanta. Camina hacia el patio donde el ocaso de la jornada le brinda un
jardín de su sueño. Un sueño que ronda la calma. Todo está en calma. Todo toma
su tiempo, mientras una lluvia sutil cae en la monotonía de las horas. Se
siente bien. Se siente ganador en la lucha contra la grotesca huida. Ahora, aquí,
silbando a las flores del otoño. Es vertical, sostenido por sus piernas se
siente libre y en sus ojos el brío del descanso, de la danza con una tierra que
le atiende, que lo abrazo. Amadeur se siente por un momento retraído, su
memoria viaja hasta aquel lugar donde una bruma infernal corta sus alas. Ahora las ha encontrado y aunque herido,
dolido inspira y espira el aliento de la supervivencia, de esta vida que a
veces, de vez en cuando martiriza, zanja la libertad. Hola Amadeur, te veo
bien, paso por tu habitación y sentado levantas tu mirada y sonríes. Una lluvia
sutil. La monotonía de las horas. El trabajo ya ha terminado y me despido. La
noche está limpia en mi silencio, en mi soledad por calles de antaño donde la
historia gira. Y Amdeur duerme ¿qué soñará? Llego a la parada, el frío cala mi
cuerpo, la fragilidad de mi entereza y me despido.
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