Estaba en la azotea, una azotea que daba riendas sueltas a las voces del viento, una azotea donde sus minúsculas pisadas extendían su ropa blanca, sus sábanas blancas con el guiño de un sol de verano. Estaba en la azotea, tendía su ropa en la danza del viento, un viento que escrutaba siluetas en cada pieza tendida. Y ella imaginaba…sí, su mente elaboraba un cierto mensaje de figuras que se iban extendiendo a cada línea acabada. Y ella le daba nombres…nombres de gentes que habían pasado por su vida, por la verticalidad de su destino presente. Ah, tu eres tía Florinda…así Florinda, como las flores de mayo. Ah, tu eres abuela Ana…así un nombre corto para que un suspiro te llamara. Ah, tu eres… tú eres cierto amante de desconocidas cumbres donde mis labios se entregaban a los vuelos del nocturno. Estaba en la azotea y ella gozaba con cada encuentro de esas almas que se daban forma a medida que tendía. Y ella ya no se sorprendía de cada figura, los deseaba, los esperaba a medida que las pinzas presionaban su ropa blanca. Adoraba esos días como quien adora un nuevo amanecer, como quien ve la belleza en la caída del día. Y conversaba, una charla que duraba horas y horas hasta que su ropa blanca, sus sábanas blancas se secarán. Le daba lo mismo las interpretaciones de los otros. Solo hablar en esas horas donde el tic-tac de la vida se iba acabando. De vez en cuando se asomaba, en la azotea y quieta en la intemperie de sus pensamientos se fijaba en ese horizonte ametrallado por hormigón plomizo, por ese camino echo añico de tanto y tanto alquitrán. Estaba en la azotea, sus espíritus le hablaban y le hablaban de lo hermosa que estaba, de lo lindo de la paz cuando ella tiende su ropa blanca, sus sábanas blancas. Y sentía crecer en todos sus sentidos para cualquier dirección donde el viento le comunicaba su rumbo a escoger.
No hay comentarios:
Publicar un comentario