La marea está baja. Las gaviotas toman la huída. El faro no descansa, ojos intermitentes vigías del movimiento de las sirenas de los barcos idos, de los barcos venidos. La calma. Una luna que mengua en el retozar con el canto de las ballenas. Aquí, ahora en la penosa fragilidad de las manos que se vuelven cansadas. Pies descalzos en el viaje de la orilla. La nada. El silencio. Solo, el ronroneo sutil de un océano. Te echo de menos, el frío aprieta y tu mirada exacta raja las lágrimas de tu lejanía ¿Dónde estás? Nubes animadas por cierta brisa van a mi espalda. Me encojo y te pienso y te converso y te beso. No, no te das cuenta. Ahora, aquí cuando la marea está baja. Hago que te quiero, hago que te acaricio, hago que te entiendo pero te has marchado. Imagino un arco de colores donde los jardines del oleaje se rajan en mi pecho. Si, en mi corazón. Este corazón de rocas en la espera, en el instante cuando te recorro, te hago memoria, te amo.
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