Llevada por la brisa, una brisa que en el ocaso del día emancipándola de todo mal. Baja a su jardín, donde las flores dormitan. Bajo a las entrañas de sus pensamientos donde la vertical la impulsa en una danza con la madre tierra. Se detiene y una luz se engendra de su vientre. Quiere retenerla. Se agarra al tronzo más fuerte de un árbol y su cuerpo tirado por una fuerza mayor cae rendido. Llevada por la brisa. Llevada por almas que cantan en soledades, en sibilinas murmuraciones inentendibles. Se tumba sobre la tierra, la tierra húmeda de una noche que viene con palabras de llovizna. Y llevada por la brisa se deja dormir . Un perro ladra. En su sueño ella lo llama, lo conoce. Quiere despertar, levantarse de esa tierra y no puede. Llevada por la brisa regresa baja su techo, con los dedos comidos por lo gélido del nocturno. Mira a través de su ventana y las luces se funden en sus ojos. Desconcertada se acuesta, la mañana dice de una fatiga, de un cansancio, de una desgana, de una incertidumbre. Llevada por la brisa matutina regresa al jardín, su perro aun ladra. Se arrima a tronco de la noche pasada y se abraza, abrazo a esas figuras que parecen inanimadas y no lo son. Algo le dice de una sonrisa, de ese árbol. Llevada por la brisa, una brisa que en la mañana la emancipa de todo mal. Cierra los ojos y recuerda y se cuestiona su vida, su largo o corto recorrido. No se inmuta pero cierta pena minúscula le pesa, la arrastra. Sola, aislada de las palabras de un amor se viste de su sombra, se arma de su entereza y regresa donde sus pensamientos son llevados por la brisa.
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