Una luz de los despertares ceniza. Unas pisadas ancladas en aceras sucias. La pausa de la mirada, de la musicalidad de los pájaros cuando la mañana ensancha sus pulmones. Divago en lo incierto, en el color grisáceo de una ciudad que todavía duerme. Me miro, vago en el absoluto silencio. Calladas maneras de la dilatación de las horas. Una gaviota perdida en la lumbre de mis manos. Un sol apagado sobre mis hombros. Ahora, estoy aquí con la luz de los despertares, ceniza. Mi vientre se encoge, mi vientre se aletarga y con el peso de sus penas circula rumbo a los océanos de la nada. Somos hijas del océanos, esbozo de unos ojos de plumas volando en el sueño.
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