La luz de la mañana incide sobre sus ojos, ojos de alas blancas paciendo en las miradas, de bellas tonadas. Por un impulso de sus piernas se dirige al mercado. Ese mercado donde el barrullo se incrusta en sus oídos, donde los cuerpos plagados de sudor olisquean su forma de andar, donde lo angosto de su espacio la hace tropezar en cada paso. La luz de un día festivo la invita hacer hija de una ciudad donde todo fluye, donde todo mana al compás de los murmullos difusos, inentendibles. Se fija en cada puesto, estática se alimenta de su color, de su caos, de las cosas dispersas en el intento de ser verticales en sus vidas. La luz de sus sueños le da un vuelco, se encuentra en un espacio donde todo se mueve en desorden, en altos y bajos con el equilibrio diseminado en cada personaje. El secreto de la sustancia de esas miradas se pierde en la mentira, en la verdad en cada producto de venta. La luz de la mañana incide sobre sus ojos, sale del parque donde el mercado es cercado. Coge el transporte público, una guagua donde los vicios de mayo andan aun sueltos. Vicios de la inestabilidad del tiempo, vicios de asientos vacíos en una mañana dominical. Se queda en una parada antes de su casa, camina, hasta que su corazón recoge de la brisa de un sol despistado, dejándose abandonar en las esferas de nubes que vienen…que vienen. Sube hasta su planta, abre la puerta. La luz de la mañana penetra por una de las ventanas, el aire la eleva a ser ella. Se sienta frente en su escritorio y una ráfaga fría se pega en sus espaldas, la soledad, el abandono, la tristeza. Escribe notas retorcidas en desencanto, retorcidas en lágrimas ahuyentando la pena. La luz de la mañana le dice que tal vez…tal vez si fuera más fuerza sería beso de sus pensamientos, de sus deseos. De pronto se viro, una luz de la mañana azul acogida por una masa de viento empapa sus ojos y todo es silencio. Cierra los ojos, se deja caer y un cierto temblor trepa hasta su corazón. La luz de la mañana incide sobre sus ojos y todo se ha acabado.
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