La
tempestad. Ella lejos donde la sonoridad de una mar fea ahuyenta su regreso a
la costa. La tempestad. Enrevesada influencia de un tiempo que no la deja
avanzar. En su tabla de surf, es mujer del viento, del oleaje que la lleva
lejos …muy lejos. Agarrada de ella
intenta respirar, salir de las turbulencias violentas de un mar enojado,
grosero, acribillante de sus sentidos.
Una luz de tierra la visita, una fatiga poderosa la muele en su
esfuerzo….respirar, respirar en la profundidad de la mañana. Una mañana gris,
pesada. Una ola la entrega a una orilla. Una ola se apiada de su sufrimiento y
la deja desmayada en un revoltijo de
conchas, algas y arena.
ACTO
1
Ellen:
Tendida
en la humedad de la arena. Tumbada en el silencio de este lugar.
Tumbada
en el rumor de las olas
Arrastradas
hasta mis pierna.
Un
estático frío golpea mis carnes,
Una
estática visión me lleva a la nada.
Respiro
hondo y me levanto.
Me
siento tambalearme, los mareos surcan a través de mis cuerpos. Todo es doble,
triple. Mis ojos contemplan mi cansancio, mi desmayo y soy firme pensamiento en
que puedo estar erguida. Intento dar un
paso, así, con la fatiga , con los mareos y el desequilibrio frena mi
propósito. Un cierto temblor arremete mis huesos y caigo de rodillas. Detrás de mí el mar, delante de mí la
insonoridad de las voces de la existencia.
Sentada,
dejo que el tiempo pase. Ahora, un sol
batallador se enfrente a mi mirada y me hace cerrar los ojos. Parezco
adormilarme más en el conocimiento, parezco desorientarme más de mí equilibrio.
Abro los ojos, me siento mejor. No avisto a nadie y el susurro de lo
desconocido me acecha. No sé donde estoy solo, el silencio y el océano. Una
gaviota se acerca a mí, me merodea como si fuera presa suya con este olor a
mar. Fijamente, me mira, observa cada movimiento que hago y se retrae. Pero
vuelve otra vez a aproximarse en su espacio,
en mi espacio. Un espacio reducido que tiempo y el observador comprueba
que es distinto. Me pregunto dónde estoy. Sí, ¿dónde estoy? Estoy en una pedazo de tierra inhabitado. Estoy
perdida en una masa de isla que desconozco. Estoy en donde los rayos solares no
dejan incidir en mis ojos. Estoy frente a una gaviota (que no deja de mirarme)
que con su expresión, con el negror de sus ojos quisiera decirme algo. Aletea
alrededor de mi, sus alas en horizontal son enormes testigos de esta vida, de
este lugar, de este océano. Ella sabe donde estoy. Estoy donde la reconditez se
encuentra consigo misma. Estoy donde lo natural es verticalidad que hace tomar
aliento y lentamente comprendemos el lamento de la humanidad. Se acerca a mí, con su danza, con sus plumas
grises y blancas, con sus ojos fijos en mis ojos. En mis ojos agotados. En mis
ojos penosos. En mis ojos desesperados. En mis ojos vacios.
Voz
fondo:
Ellen
y la gaviota
Ellen
y la playa vacía.
Ellen y el silencio.
Ellen
y el rumor de las olas.
Ellen
y su destino.
Ellen
y gaviota se examinan como seres extraños, como seres comunes, como seres hijas
del océano. Ellen cogiendo olas cuando la mar nerviosa tira de la ira. Gaviota
merodeando la marea al encuentro de su alimento. Amantes ambas de un mar que se
embiste con su tenebrismo absoluto.
Ellen y la gaviota no lo temen, lo conocen. Ambas descansadas se viran y juntas
lo miran. Se ven de reojo, una confianza las alerta de que serán amigas, amigas
en la verdad.
Gaviota:
La
belleza
Ellen:
La
belleza
Gaviota:
Las
olas
Ellen:
Las
olas
Gaviota:
Solas
Ellen:
Solas.
Gaviota:
Estamos
aquí, en este islote de no sé cuantos. Un sitio donde nadie llega. Tú estás
aquí. Has llegado tu en tu danza con las olas, eclipsada en tu orientación.
Ellen:
Si,
no hay vida. Como lograré retornar a mí hogar. No entiendo como la tempestad me
vomitó sobre esta orilla donde ahora hablo con una gaviota, solas y el oleaje.
Las olas se alargan y quietas en el tiempo mecen nuestros deseos, nuestras
incertidumbres. Estamos aquí. Intento enderezarme pero el cansancio se apodera
de mis miembros, calambres y vértigos.
Gaviota:
Estás
aquí. No te des prisa. La celeridad no nos lleva a nadie. Tienes que reponerte,
recuperar toda tu fuerza. Mientras, seamos vigías de esta extensión de masa de
agua salda. Mientras seamos embelesada observación de cada movimiento de su
corpulencia. Las ballenas nos saludan, escúchalas…¡escúchalas¡ Ellas en el
virgen océano de su existencia ¡Qué
hermoso es su canto¡ un deje de tristeza se refleja. Huyen…huyen de las manos
arpones, de los ojos navajas. Aquí están con nosotras.
Voz
del fondo:
Ellen
y la gaviota
Ellen
y la playa vacía.
Ellen y el silencio.
Ellen
y el rumor de las olas.
Ellen
y su destino.
Ellen:
El
sol estalla sobre mi espalda. Mi espalda cansada. Detrás un árbol, me cobijo en
su sombra, en ese regazo donde la herida no sangra más. Mis ojos en el derredor
se mueven y la gaviota no está. Debe ser el descenso del mediodía. Por un
momento pienso en ella, en ese mar no lejos de donde estoy, lo veo. Su movimiento
sinusoidal me atrae pero, no, no regresaré a casa. Lo admiro en toda su expansión. Estoy debajo
de un limonero. Es raro, pero es un limonero. Sus frutos aromatizan mi cuello.
Un olor que me consume hasta se olvido donde estoy. Sola, en una isla donde las
mareas columpian mis sentidos. Me apoyo en el , el agotamiento se deshace y
tomo la mano a las ganas…a las ganas de conversar con mis inquietudes, con mis
emociones, con mis pasiones. Lo acaricio, cuerpo áspero que guarda los
misterios de este trozo de tierra. Mis labios siente el jugo de un limón. Mis
labios castigados. Mis labios doloridos. Recobro el equilibrio y estática
extiendo mis brazos a ese sol del que me escondo. Sus raíces anudadas,
estranguladas sobresalen de la arena. Y no me pregunto cómo puede sobrevivir
como especie en este hábitat adverso a su condición. Lejos…muy lejos donde los
montes dan riqueza. La borrasca se ha ido, se ha fugado a otros lares donde la
mar serena será avalancha de todo un mal por momentos. La gaviota regresa, la
siento detrás de mí.
Gaviota:
Somos poleas que nos movemos según los vientos
se ahínque en nuestra razón. El corazón y los sentidos nos guían en el devenir
de las horas, la razón nos paraliza y el temor nos apresa. Tu como mujer de las
mareas sabrás de ello. No escondes nada, sacas toda tu vileza para ser rítmica tonada
con las olas ¡Las olas¡ ¡Las olas¡ como
la vida misma son. Vamos y venimos, nos quedamos y luego nos marchamos pero volvemos
aquel lugar donde la paz nos quiere. La belleza.
Ellen:
La
belleza
Gaviota:
Las
olas
Ellen:
Las
olas
Gaviota:
Solas
Ellen:
Solas ¡Qué hermoso atardecer¡ un océano plano con alguna rugosidad, con algún defecto, nada es perfecto. La imperfección nos saluda. Nos inunda cada jornada, eso es bello. Ya distingo el faro de mi hogar allí, a lo lejos. No sabía de esta pequeña isla. Nunca había estado. Nunca ha estado nadie. Ella es para mí, ya tu vez, perfecta. Un estado donde la vida se vuelve lenta, calma. Un faro que viene, que va como el oleaje. El con su luz, ellas con su espuma. En su unión un canto al placer, a las sensaciones muertas atracados sob
re nuestros hombros. Tus ojos, mis ojos. Mis ojos, tus ojos.
Voz
del fondo:
Ellen
y la gaviota
Ellen
y la playa vacía.
Ellen y el silencio.
Ellen
y el rumor de las olas.
Ellen
y su destino.
El
limonero baja sus ramas sin púas. Ramas de manos donde Ellen es invitada a sentarse. Donde Ellen se incorpora
y se acomoda. Donde Ellen recobra la
confianza con la madre naturaleza. La eleva hasta donde la luna, ya visible,
comenta con su halo las zozobras del mundo, las contradictorias facetas del ser
humano, los desajuste de una atmósfera que muere por su propio veneno.
Luna:
Querida
tierra.
Amada
tierra.
Vuestro
crepúsculo a las brumas son perceptibles. Una densa niebla os embadurna de
desgracias, de desencanto y la paz está lejos….muy lejos ¡Oh, vuestra belleza¡
Miradme, miradme…no perdáis la esperanza.
Gaviota:
La
belleza
Ellen:
La
belleza
Gaviota:
Las
olas
Ellen:
Las
olas
Gaviota:
Solas
Ellen:
Solas.
Es hora de partir, como arco iris ramificado en la ilusión de la luna me voy.
Me marcho a la isla…la isla.
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