Hola ¿Comó estás? La callada manera maneja tus ojos al horizonte. Detrás de la ventana te levantas y sigues el vuelo de las pardelas. Estoy aquí, con una mano posando tu hombre. No dices nada solo, el infinito de la nada ¿Qué transcurre por tu mente? No creo que sea nada malo, no creo que sea nada bueno solo, vacío. Te gusta mirar el movimiento de las pardelas en espiral hasta su presa.
Siento el calor de tu carne en mi hombro. Te estarás preguntando qué es lo que hago. Silencio. El amanecer se tumba sobre nubes pesadas. Solo quiero ver más allá de esta isla, todo es confuso. Parece que va llover sin embargo, no llueve. El viento está quieto. Me reconforta que pongas tu mano sobre mi hombro así, en silencio. La noche ha sido larga…muy larga. Hola. Reviertes tu seguridad en mis pensamientos, te lo agradezco. Me gusta este silencio con las pardelas posando en la arena húmeda, muda de los despertares.
A veces tu extrañeza me asusta, te viras y tus ojos acogen a los míos más allá del temblor del amor. No dices nada solo, tú y yo…yo y tu. Agotas tu tristeza, lejana y sonríes. Nos movemos a mismo tiempo y encendemos un cigarrillo. Hace frío en este marzo. Voy a la cocina, mis pisadas son consecuencias de las de ella. Nos sentamos frente a frente. La placidez de los años se agolpa en nuestros labios, mudos. Solo la mirada. Te veo bien.
Un café amargo pasa por mi garganta, un café amargo pasa por su garganta. El tragar se ha convertido el único ruido entre estás paredes, en esta cocina que da al norte…al norte. Su gelidez nos transmite cierta incomodidad, lo percibo, en los ojos de ella. Nos vamos, estamos en esa ventana donde las pardelas alzan sus revoloteos en busca de su presa. Está de espaldas de nuevo es como si esa libertad no consumada te hiciera un guiño de nuestro mañana. Te comprendo. Muchas batallas hemos tenido que ganar. Ahora, contemplas la nada…la nada de los días.
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