Nubes. Hay muchas nubes. Sobre ellas se esconde los secretos, los misterios de un universo inconcluso, de un vacío que nos saluda cuando la mañana brinca en nuestra ojos en el horizonte. La mujer de la esquina aun sigue ahí. La mujer de la esquina está fumando un cigarro en las prisas de la jornada. La mujer de la esquina lleva falda y una camiseta. La mujer de la mañana lleva su mirada a las nubes. Hay muchas nubes. Un mes de septiembre extraño, enrarecido por cada suceso de su vida. La mujer de la esquina deja el cigarro. La mujer apaga en la acera con sus playeras el humo que la llevara al movimiento. Desaparece. La mujer de la esquina se pierde en el populoso boscaje de cemento de una ciudad. Cierro la ventana. Desnuda, recorro el pasillo. Desnuda me adentro en la mujer de la esquina. En la cocina, enciendo un cigarro…uhmm…un café. Soy la mujer de la esquina, ahora, envuelta en dilemas. La mujer de la esquina anda y anda. Los perros en la mañana ladran, saludan. En la ducha, mi cuerpo desnudo se expande en la libertad del agua, un agua que corre y me niega esta humedad apegada. La mujer de la esquina ve su destino. La mujer de la esquina baja la cabeza y se mira las manos, sus líneas se confunden, se cortan. La mujer de la esquina vuelve. Abro la ventana. Mojada, con una toalla enrollada la observo. No sé si se da cuenta que estoy aquí. La mujer de la esquina enciende otro cigarro. De las nubes preñadas cae alguna gota. La mujer de la esquina lleva sus ojos a mi ventana. Su mirada y mi mirada se cruzan, penetran en túneles donde el recorrido se hace vago, cansado. Su mirada y mi mirada ven la luz, un febril final estado nos hace temblar. Un cielo despejado, impecable, pulido se presenta. He llegado
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