El escenario. La insonoridad de los aplausos. Una voz que se eleva en sus tonos, en sus notas ante el silencio palpable. Un telón que no desciende. Ella y la inmensidad de butacas vacías, de butacas ignorantes del mañana. Sin embargo, una voz se eleva en la incertidumbre. Precisa, firme, en la verticalidad del todo. Cuando finaliza la nada la ilumina, sus ojos reparten lágrimas de emoción, de esplendor. Ella y los pasos del adiós. Un telón que no desciende. Frente a un público inexistente expresa el arte del canto lejos, muy lejos. El escenario. Un telón que no desciende. Ella, ahí, esperando el paso del tiempo, el ritmo incansable de los ojos, el taconeo de las palmas. Todo volverá y el telón descenderá y ella en la inmensidad de butacas llenas se estremecerá, temblor vigía de la esperanza.
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