Una calle. Su piel negra anda descalza, sin rumbo. La noche
se establece con los astros desconocidos ante los nubarrones. Un viento acaece
y una fina lluvia cae sobre sus hombros.
Deambula en el balanceo de su fatiga, de su desfallecer en una ciudad
callada ante su caída. Una calle, cerca la plazoleta, cerca las mareas de la
desmemoria. Un muchacho perdido, marchito en lo desconocido, descalzo. Mis pasos me sienta en un taxi. La noche no
es noble, la noche no es belleza, la noche son sombras de la ceguedad. Un muchacho negro desorientado por las aceras
contaminadas de una isla. Se extinguen mis ojos observadores de su derrota. La
imagen se aleja, lleva el camino de las mareas. Esas mareas que lo trajeron.
Esas mareas donde los llantos desaparecen en el temblor de cuerpos insonoros a
nuestros sentidos. Una calle. Vacío.
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