Estás.
Sí, aquí estoy.
Como te encuentras. Te apetece conversar.
Sí, mis ganas se abren a ti.
Te miro.
Sí, me examinas. Con mis zapatos de hombre. Con mis
pantalones de hombre. Con mi camisa de hombre. Con mi gorro de hombre. Yo, también
te miro. Con tus zapatos de mujer. Con tu falda. Con tu blusa de mujer. Hoy no hace frío. Hoy no hace calor.
Te miro.
No pienses mal. Solo, quería danzar con unos ojos que se
presentaron en el ayer.
Te miro y te reconozco.
La dualidad converge bajo las pisadas que llevo. Un chico
que en su pena andaba de esquina en esquina, de luna a luna, de sol a sol
convencido de sus miedos.
Te miro y te entiendo.
Hace tiempo que no lo veo.
Alguna desgracia habrá gastado su vida.
Quería sentir lo que él sentía. Abriendo. Cerrando. Inspirando.
Espirando hasta que las tumba lo recorrió.
Te miro, con tus
zapatos de hombre. Con tus pantalones de hombre. Con tu camisa de hombre. Con
tu gorro de hombre. Y es tal mi repudio y mi atracción que la balanza juega
conmigo. Te miro y entiendo. No somos esa masa corpórea que solo vemos con
nuestros ojos. Existe algo, cercano y
lejano a la vez que nos motiva, que nos atrae.
Siempre charlaba con él. Si, hablar con el vigor de una
amistad efímera, una amistad que solo los astros sabrán donde está. Caminábamos un poco, hasta la playa. Fijamente
mirábamos los movimientos ondulantes del mar y después nos despedíamos. La
despedida. El adiós.
Te miro y me despido. Es la noche, tengo que volver. Mañana nos
vemos, aquí, en el mismo lugar.
Me miras y te vas. Te esperaré….
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