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Y
que es del casero madre. Una escena se introduce en mi memoria a través del
tiempo. No, nos dejaba que nos acercáramos a él. Ella decía, no es buena
persona únicamente, solo su trato es con mayores. Y tu Ann, no lo mires, no te
aproximes. Si lo ves por la calle como si no lo conocieras. Tenía mala fama ese
hombre. Cojo el paquete y lo abro ahora. La impresión son lágrimas de alegría
que se escurren por mi rostro. Un sofoco de emoción tilda mi entereza y las
abrazo contra mi pecho. Son cartas, las cartas que mi madre escribió cuando nos
vio deslizar bajo los cielos de la libertad, de tratar la vida cara a cara sin
sus palabras, sin sus conversaciones. Elijo una y ahí está la verdad, la
casualidad, el camino que ella tomó para que todo no más que fuera un mal
sueño. Me fijo en su letra. Pero madre, no fue un mal sueño. Siento su ida, su
muerte prematura, para mí. Y no es que lo idolatre pero su carisma…Leo no sé
porqué una de las cartas, una hoja amarillenta donde la tinta negra para querer
desaparece y no se va, quiere quedarse…quedarse conmigo. Ahí está ese hombre,
el casero, lo nombra como una persona asquerosa, rebozada de suciedad en sus
ojos oscuros. Por ello te decía Ann que no te acercarás a él, era un sustancia
mala, un colmillo apresando a la infancia. Tenía fama y es lo correcto, de
gustarle las niñas. Las niñas como tu , Ann. Tan inocente, tan natural, tan
ingenua. No sabías hasta qué extremo ese hombre, si puede llamársele hombre
había desgraciado a otras familias, por su desdobles, por su mano de cuchillos
asesinos asestando con criaturas en su infancia. En aquella época no más que
deseaba escupir en su mirada maliciosa, en sus manos aberrantes. Ay hija mía,
si nuestra condición hubiera sido otra. No callaría, lo hubiera matado. Sí,
matar, con esas tijeras que en las madrugadas elaboraba mi trabajo. Sí, matar.
No te comento más sobre este tema doloroso, en el que tuve que usar mis
artimañas para persuadir de que te tocara, de que te mirara….de que tocara.
Como comprenderás ahora que tienes estas cartas en mano el sufrimiento y la
pena brotaban cada amanecer hasta que ustedes, mis hijos se fueran acostar,
hasta que ustedes supieran danzar con el viento. Qué me dices que no pueda
saber madre, me digo en estos instantes. Mi cuerpo cimbra cuando palpo su
letra, parece estar presiente ¡Uhmm¡ ese olor de su persona. Y ¡chas¡ una
puerta de la casa se ha cerrado bruscamente, permanezco inmóvil, intacta en el
tiempo. Me levanto del sillón y dejo las cartas sobra la mesilla. Voy de nuevo a
la ventana, a esa ventana donde la pardela picoteaba…CONTINUARÁ
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