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En
la azotea. Esta azotea de la cual soy vigía de todo lo que corre a mi
alrededor. La azotea , lugar de encuentros con cada uno de los distintos ojos
ambulando por este edificio. No nos decimos nada si acaso, un saludo, seco,
serio, estrecho. Cojo mi infancia y me doy gusto cuando íbamos también a la
azotea. Allí con nuestras travesuras y el vocerío de madre con aquellas que
habitaban bajo el mismo techo ¡Uhm pero estaba en el día de San Juan¡ Estábamos
en el mercado donde los gritos en moltto allegro se escuchaban en cualquier
puesto. Mi madre y padre eran conocidos por todos. Los trataban con la
amabilidad rica que solo se tiene con la gente de dinero. Aun sabiendo todo lo que se mecía tras aquella
cordialidad era orgullosa, era segura.
Madre en las altas horas cuando de la noche cuando nosotros éramos nave de
sueños también trabajaba. Cosía y cosía, hacía vestidos todo lo que le
encargarán a sus manos menudas y huesudas. Hilar e hilar cuando las noches se
hacen largas músicas del silencio. Yo no lo notaba, me traía indiferente. Pero
ahora caigo, nuestra educación. Tuvimos la suerte de poder ir a un centro de
enseñanza. Una escuela aprendimos para construirnos en el hoy y ser libres, y
ser consolidadas llamas de nuestra propia verticalidad. Miro está amplia
azotea, ahora no hay nadie. Me fijo en la calle que vivo, en la orilla de la
playa. Las gentes que pasan son monotonía de poder adquisitivo. Vivo sola,
entre paredes donde el vacío del ruido me
hace ser artífice de mi yo. Hoy es día de mercado, como todos los días e
iré. Vagaré por cada puesto implantado igual que el ayer. Sí, sigue en mismo
lugar pero con diferentes rostros. Ya he tendido mi ropa y aún así me place
quedarme mirando el mar ¡Uhm ese mar¡ de todos, sus aguas se mezclan en una
sola. Somos todos iguales. Deberíamos fijarnos en la sabiduría impecable de la
naturaleza. No hay distinción de fronteras, de colores, de maneras, de
culturas. Cada uno respetando sus límites, atmósferas que conjugan con el mismo
oxigeno que respiramos ¡Ahm ¡ espiro e inspiro…inspiro y espiro. No, no me
fijaba pero ahora comprendo. Madre no pagaba nada, no sé enmascaraba pero así
era. Por esa labor tortuosa en la madrugada para esas gentes que allí estaban.
Todos la conocían y la respetaban. Ella seguro que habría firmado de palabra el
callar de ellos. Y compraba con los ojos chispeantes cada vez que nos miraba,
cada vez que nos perdía de vista ¡Ann¡ ¡Ann¡ me llamaba entre el resonar de
aquella plaza de toros. Y nosotros contentos nos escondíamos a veces para
hacerla rabiar. Esa rabia que nunca lució ante nosotros, una rabia contenida,
exacta ante cada pobreza, ante toda impotencia ¡Ann¡ ¡Ann¡ Padre la observaba
como se observa el amor, la sensación de sentirse querido...CONTINUARÁ
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