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Nuestra
casa o mejor nuestros habitáculos contaba con dos habitaciones. Dos
habitaciones donde los sones de las voces se escuchaban por esas paredes
marcadas por la dejadez. En una de ellas nos quedábamos nosotros, los hermanos
y en la otra mi padre y mi madre. El
quejido del café se expandía por ambas habitaciones. Donde mi madre y mi padre
dormían estaba la cocina ¡Uhm el café¡ ahora tengo en mis manos una taza de
porcelana de esos años y no sabe igual. Imagino su sabor aun latente en mis
labios, en mi garganta mientras doy la espalda a la ventana de estas horas
primaverales. Todos concurríamos ahí, donde el olor a pan caliente y a café nos
despertaba de nuestras ansias de un futuro. Nos sentábamos en una mesa redonda,
estropeada, pequeña y allí todos apiñados nos zampábamos el desayuno. Me viene
a mí la sonrisa de mi madre, la mirada perdida de mi madre en cada uno de sus
movimientos. Me viene a mí como todos agradecidos por un nuevo día comíamos y comíamos
hasta que no quedara nada de ese pan, de ese café carismático dando zumbidos
espirales con su vapor. Vestidos ya con ropa dominguera, íbamos en dirección al
mercado. No sabría medir la distancia ahora pero eran unos cuantos kilómetros ,
nos acompañaba el erupcionar de las olas
con su calma y otras con su brusquedad. Como todos los años ese día estaba
marcado por un cielo cenizo, pesado con ganas de llorar. Cavilo en estos
instantes donde los filigranas solares inciden en mi espalda el llanto. El
llanto de esa mujer enamorada de mi padre por sacarnos adelante, por disimular
cada avistamiento de penas y derrotas. Sus ojos, toda expresión consciente de
su realidad. Sus ojos grises, sus ojos apagados aunque de sus labios despertaran
una sensación de serenidad. Indago en sus sueños. Sí, sus sueños, sus deseos.
Lo mejor para sus hijos. Estar ella presente hasta cuando nosotros tomáramos
nuestros caminos con la entereza con que
ella se movía. Una mujer muda en sus emociones, en sus sentimientos. Pero no,
no es verdad. Ella lloraba donde nadie la viera. Ella suplicaba con la palabra
muda. Ella luchaba con la máscara de aquellos tiempos penosos que no quería que
nos marcara, que nos viera. Siempre en la ida al mercado tarareaba una canción,
una de esas de la época donde podría ser Carlos Gardel o una Concha Piquer, si
no recuerdo mal. Yo la estudiaba sin que se diera cuenta y no sé, una cierta
penumbra me azotaba. Disimulaba. Sí, disimulaba cada uno de sus pesares, de mis
pesares, de nuestros pesares. Pero al fin, era feliz. Con sus hijos, con mi
padre ¡Uhm¡ se me enfría el café caída en la memoria, me lo tomo y miro los
posos que ha dejado en el fondo de la taza ¿Qué dirán? ¡Qué dirán¡...CONTINUARÁ
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