Abril. Es abril. Un horizonte donde los pájaros son notas de
un arco de colores, un horizonte donde las fronteras se extinguen, un horizonte
donde la palabra es fuerza, unión, verticalidad pero también muerte. Un sol
magnífico se adueña de mis espaldas, un sol que sigue la ruta hasta la noche.
La noche redonda donde la luna nos mira, nos examina, nos complace. Llevamos
¿cuántos jornadas? en nuestra monótona y particular rejas con máscaras que nos
hace anónimos pero entregados al mañana. No importa cuál sea las ideas, somos
todos en mayúscula. Los mercados se
vacían. Los mercados pierden la gracia del saludo. Los mercados nos nutren pero
sin embargo conservan esa gama bella de sus pasillos solitarios. Una congoja me
entra de cierta manera, una congoja que muele mis pilares y me distancia donde
el ensueño me observa. Y sueño…sueño en la placidez de hermosas manos
acariciando mis manos, de exuberantes manos acariciando mis manos, de ásperas
manos acariciando mis manos, de arrugadas manos acariciando mis manos y me
siento volar donde los ojos no me ven. Y palpo mis manos, yo misma, con las que
bailo en el serpentear al viento, con las que me invento en el roce de sus
besos en mi tez, con las que cabalgo en un sinfín ir y venir de sus
movimientos. Mis manos. Escurridizas al
abrazo, pero aguardando el esplendor de los días. Mis manos. Dibujantes de soles sobre verdes tejados del
que cae la alegría. Mis manos. Tendidas
al sol, al paso del tiempo que vendrá más yertas, más fortalecidas con los ecos
del canto de nuestra garganta. Y esperamos. Y nos apacentamos. Y nos entregamos
a pastar en el callar ante su mañana. Abril. ES abril. Me asomo al balcón y un
abrazo se bosqueja en la isla. La isla y su magia. Dónde va esa señora mayor a
estas horas ¿ me pregunto. Y de sus bolsillo saca semillas para los pájaros y
las esparce, revoltosas van a su encuentro y ellas le ceden sus alas, sus alas
de deseos, sus alas de esperanza.
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