La
mar esta revuelta. El vacío ronda en la urbe. Solo, los que van a su labor
cotidiana. Desde aquí habito las penumbras que se mueven en los corazones
ahora, existencia de los deseos, de una fuerza para que esto acabe. Me adentro en mi otro yo, en el yo donde
historias sin contar logran un silbo de alianza con la humanidad. “ No sé cuándo y en qué fecha se produjo, la
sequedad de los montes, la sequedad de las palabras, la sequedad del roce, la
sequedad de las miradas, la sequedad de las pisadas, la sequedad de una ciudad
abundante. Hacía tiempo que todo era
árido, agreste, cómplices de ojos sin lágrimas. Pero un día, decidieron al
unísono lanzar un grito de esperanza, un grito de paz, el grito de una batalla
que ellos mismos eran diana. Y gritaron…y gritaron, la tierra se abrió y las
mareas se mantuvieron en calma. De repente la lluvia, nubarrones marrones,
grises habían venido para la fertilidad de sus vidas. Entonces, dejaron de
cavar sus tumbas, dejaron de penar en las jornadas. Agua de la existencia, agua
nutriente de los campos, de las raíces ensangrentadas de sed. La atmósfera se
limpió, se purifica como se purifica el alma cuando el abrazo prieto da tibiez
a nuestro frío”. Sí, la mar está revuelta, expulsando toda tentación de
abrazo. Ahora no, más tarde, cuando nuestras manos en coro alrededor de una pequeña
fogata prendamos un canto, un canto a la alegría de ser, de estar. Mientras en
las solitarias aceras vuelco mi saludo a la nada. Un saludo mutilado solo, la
mirada allende.
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