domingo, febrero 16, 2020

LA MADRE...





¿Cuánto hace de su marcha? Aquí estoy , en mi país. Un país vuelto miseria, penas, bombardeado por la desidia, por luchas incontenibles en la razón, lanzado al abismo cuando en la medianoche sobrevuelan sobre mi rincón y un resplandor estridente me hace temblar. Temblor. Miedo. Pero de ella no sé nada, dice que se iba a un país mejor, donde los sonidos aterradores de la guerra, de la venganza, del odio no son muertes anónimas en las profundidades de lo malévolo.  Ella me escribe, eso me dijo, la ignorancia de que llegarán sus cartas ¿Cuándo? Cuando podré saber algo de ella ¿Habrá alcanzado su destino? Todo es incierto y me envuelve en una bruma asfixiante del saber, del saber dónde está. Mujer valiente le digo yo, a ella, a mi hija. Me la imagino en su feroz batalla con las trampas de la existencia, del hombre que con un fusil apunta sus sienes ¿Vivirá? Yo desde aquí, como madre de la hija de la huída me concentro y pienso que si, qué su vida inquebrantable ante toda las derrotas, ante todo el dolor, ante toda la angustia, ante toda la injusticia  ella vive. Sí, vive, parcheada ante cada cicatriz, ante cada trauma pero vive. Sobreviviente de una era que ojala se acabe, que se tiña de pacíficos sones a medida que nuestras pisadas vuelven a ver la luz. Temblor. Miedo. Oigo gritos fuera de estos escombros donde me escondo, donde habita alguna ilusión por seguir adelante y es horror lo que siento. Espero su llamada en mis sueños ¡Ah , mis sueños¡ galopan en el olvido. Ya no duermo, siempre al acecho de cuando me matarán a mí, a la gente que vive aquí conmigo, acurrucados donde la sombra de un edificio en ruinas nos oculta. Temblor. Miedo ¿Qué nos espera? Solo el aleteo siempre vigente en nuestros ojos destrozados, temerosos. Pero ella ¿cuánto de su marcha? Habrá llegado, rezo por ella porque ha de ser fuerte…muy fuerte para salvar cada escollo, cada barricada, muralla a su alrededor. Sí, hija, continua. Algún día nos veremos y giraremos en el baile de la alegría, de la paz. Me carcomo en mi reconditez y doy un grito inesperado, quebrantador y los que están conmigo me miran con ojos de cómplices, con ojos de llantos, con ojos de desdicha, con ojos de amargura. Intento contenerme y te escondo muy adentro, donde el corazón fluye hacia el recuerdo de tu imagen, de tus maneras.  Soy tu madre y tengo que pensarte, conversarte en las alejadas miradas. Aquí solo temblor, miedo.  Aquí solo sangre, tumbas de no sé quién. Todo es oscuridad, todo es tinieblas que abruma a los sentidos. Pero como tu decías todo tiene que acabar , estaciones vendrán y me llevarás junto a ti. Ah, me prometiste. Por ello estoy aquí,  reverberando la vida a tu llegada. Todo se vuelve trivial, absurdo. Nunca vendrás, sino cuando todo acabe. Y cuando será eso hija ¿cuándo dejarán de martillarnos con sus bombas, con sus fusiles . Temblor. Miedo. Te esperaré como mujer de la guerra, como mujer herida en la dejadez del humano. Te esperaré…

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