El paso de los años. Los recuerdos. En el presente una
atmósfera amarillenta, anaranjada que deja sequedad en la garganta. Miro el hoy
como tormentas de un polvo tóxico que nos ahoga en una tos intermitente, a
veces entorpeciendo nuestros movimientos. Queremos mirar. Queremos ser paciente
de la memoria. La verdad, hallo en algún lugar de mi conciencia este feroz
aire. Aire que nos embrutece en la precariedad. Camino por calles donde solo la
arena es encuentro, donde los cuerpos se desvanecen en la insonoridad. Desde el otro extremos los polos se derriten,
desemboca en una oleada inclemente de desidia. Es febrero, es invierno. No, no.
Las estaciones son movidas por el olvido, por los giros de un tiempo que se
entrega a otro ciclo, a otra era. Me acostumbre, me adapto como fructífera raíz
que ha de continuar hasta las entrañas de la tierra en busca de agua, en busca
de vida. Giro y giro a ras de la calima, me hallo frente a un mundo
desesperanzado, ferviente eco de gritos de la madre tierra, de los espíritus
flotantes que son arrojadas a las batallas sin fin. El paso de los años. Los
recuerdos. Estoy ausente de todo, soy hueco de la nada. Y es extraño, bailo
sola en el sentido del llanto. Y no es dolor, es compasión por los que vendrán.
Generaciones venideras desarrollando la lucha contra un tiempo que se arrebata,
que despierta después de tanta mortandad en sus carnes. Sin embargo, bailo y
bailo, me escondo en una esquina donde la música marca la rutina de mis pasos,
de mis sentidos. Me pierdo en el paso de los años, en el paso de los recuerdos. Me miro en un espejo y más allá de mi sombra
un ambiente rajado de su ritmo. Invoco la lluvia. Invoco el frío. Invoco los
pensamientos adiestrados para detener este improvisado cambio de nuestros días.
Y, sin embargo, bailo y bailo ¡Por qué no¡ hay que continuar las sendas de la
esperanza, por los caminos variantes de nuestro destino, incierto.
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