Cierra ventanas. Cierra puertas. Abre ventanas. Abre
puertas. Se envuelve en el dulce aroma de los pajarillos. Viene el viento. Se
va el viento. Se arriesga con cada una de sus pisadas a ser lo que es. No más
que alas de una gama de colores respirando de la vida. Viene el viento. Se va
el viento. Y busca y se encuentra. Y se encuentra y se busca en los adentros de
sus pensamientos. Viene el viento. Se va
el viento. Y su memoria hace añicos las huellas malignas tras su espalda. Cierra ventanas. Cierra puertas. Abre
ventanas. Abre puerta. Y sus sueños la llevan a salir arropada por su desnudez,
por su sensatez. Sus alas se eclosionan
y la conduce en el sentido de los horizontes donde se respira de ella. Y viene el viento. Y se va el viento. Y ella
duerme con deseos donde sus ojos rebuscan en sus secretos. Y ella se hechiza de las maravillosas flores
de un febrero acabado. Viene el viento.
Se va el viento. Y en su jardín fluye un mundo solo de ella. Ella conversando
con sus pasiones, con su reconditez. Y a
veces espera. Y a veces no espera. Y ella se aleja invisible en las aceras a
donde es. Viene el viento. Se va el viento. Ella canta al ritmo de sus alas, de
sus alas con una gama de colores reuniéndola con sus lágrimas, con su sonrisa.
Cierra ventana. Cierra puertas. Abre ventanas. Abre puertas. Y ella se alimenta
de miradas donde son mecimiento de su fuerza, de sus ganas de ser libre en el
eco del paso del tiempo.
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