Son las siete de la mañana
y si, están cantando, están danzando la tonada de un febrero que los
cubre de un tímido frío. Pajarillos
bosquejando en el silencio de la ciudad, aun dormida, aun con farolas alzándose
a las pisadas de almas solitarias.
Andamos desviando los ojos del ritmo apagado del amanecer, nubes
plomizas pueblan nuestras pisadas;
seguras, entregadas a la ventura de una jornada que nace, que se entrega a
nuestros sentidos. Un cigarro despacha un café y las manos se vuelven el todo,
la nada. Las miramos, nuestras manos, hechizantes cuando somos eco de alegres
emociones. El ayer se ha ido, ahora hoy,
ahora presente pisando aceras sucias
donde vagan nuestros pensamientos. Son las siete de la mañana y si, despierta
nos arrimamos a ojos que miran el cielo,
el paso del tiempo. Y zas, nos balanceamos como esos pajarillos en el silencio
de la ciudad, danzando, cantando. Miro el reloj y los minutos hacen un pobre
recorrido, lo suficiente para entregarme a la insonoridad. Se descubre
lentamente la luz del día, se descubre pausadamente un sol que nos amamanta con
su lucidez. Entrégame tus labios, entrégame tus caricias, entrégame tus manos, entrégame
tu fuerza. Cómplices del florecer de unos nuevos pasos donde las escenas de los
sueños sonaran en el agrado de nuestras singladuras.
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