No. No me apetece callarme. Me gusta conversar con la madre
tierra. Sí, con el viento, con la lluvia, con las nubes, con los soles, con las
lunas. Soy así, pasos agrietados a medida que mis ojos, que mis oídos a veces, insonoros, estáticos son alumbrados por la
mediocridad humana. No . No me apetece callarme. Gotas de llantos cuando
vientres reventados por el hambre, por la sed se vierten en mis entrañas. Gotas
de alaridos cuando guerras groseras, estúpidas, malévolas sobrevuela en los
inocentes. Sí, no me apetece callarme. El mundo gira y gira en torno a fogatas
de calidez se sienten derrotadas, perdidas en la inmensidad de nuestros
sentidos. Un mundo inconcluso. Un mundo obtuso. Un mundo donde rayos degradados
rasgan ojos blancos, ojos inacabados en el dolor, en el grito. Colmillos rodean
nuestras conversaciones con nuestros
pasos inciertos, inestables. Y todo calla, somos plástico, somos deshielo,
somos tormentas, somos catacumba de un mundo mudo, de un mundo sumido en el
callar y callar. No. No me apetece callarme. Girones de violencia nos obstruye,
nos entierra en fosas comunes. No. No me apetece callarme. Que venga la paz,
que venga la esperanza, que venga el amor, que venga los sueños de un mañana.
Sí, un mañana donde nuestras pisadas no sean más que rosas al viento.
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