Miraba el reloj, seguía la continuidad del paso de las horas
y ella ahí, en la cama. Arrugada sábanas la agazapaban en el sabor del alba.
Miraba el reloj, me presionaba a marcharme ya era de conversar con las calles,
con primeros pajarillos del amanecer, a la rutina de un trabajo áspero. Y ella ahí, en el sueño agradable de los movimientos de los cuerpos
en la noche, en la madrugada. Miraba el reloj, tenía ganas de romper ese tiempo
que se iba y me dejaba sola en mi ida y la dejaba sola en sus sueños. El
ambiente envuelto en un frío metálico a la vez que un viento de arena me
detenía y me sumergía en agrios
pensamientos. No, no quería dejarla. Miraba el reloj, sus manecillas seguían
andando, los minutos iban transcurriendo mientras ella dormía después de una
noche donde el sudor de nuestras pieles se cruzaba en el éxtasis, en una pasión
que la memoria no borra. Miraba el reloj, este reloj de bolsillo de mis
antepasados, seguía en su movimiento hacía la viveza de la mañana. Me detuve,
leí mi conciencia y describía círculos en el aire de unas horas que no existen. Entonces, porqué irme, porqué
circular en una rutina marcada por la desgana. Lo miraba y lo miraba, me
extraviaba de ella, me emancipaba del hoy. Quizás se vaya y no vuelva más,
quizás cogiera la maleta y se disolviera en la ciudad para nunca más
abrazarnos, hacer el amor en la plenitud de las estrellas. Miraba el reloj, el
rugido tempestuoso de un tiempo que se me iba me agobiaba, me asustaba, me
hacía temblar desde esa puerta que todo lo cierro, que todo lo termina. Ella
ahí, en la cama, desnuda, batiendo sus alas en los confines de sus sueños….
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