La rama cual sus ojos prestaba contemplación tenía que
tocarla, rozarla. Barranco arriba sus piernas cansadas piedra a piedra daban un
paso más hasta esa rama, una rama donde se guarecía el pinzón azul. Quería
verlo de cerca, acariciar sus plumas esplendorosas en su tono. Para ella era un
gran significado, una magia que la involucraba a pesar de la plenitud de un día
invernal ser cuchillada por el frío hiriente. Ella sabía que estaba allí,
sentía su canto grave a medida que se aproximaba. En su ascenso cantaba una
melodía, un melodía melancólica, calma para que el no huyera “No más daño/ no
más sangre/ no más aberrantes danzas a tu libertad” Y así, barranco arriba, con
la mirada puesta en la rama donde estaba posado ella continuaba ¡Qué buscas
mujer por estas tierras¡ , le pregunto el pájaro azul. Busco el crepúsculo de
los días emancipados en la desdicha, censurados de amargas penas que edifican
al humano. Te busco…¡te busco¡ ante el esplendor de los soles de las jornadas.
Y , ahora, estás ahí, frente a mí ¡Qué bello eres¡ Sigue…sigue con tu canto
embelesando mis deseos. Y llega, frente a frente se encuentran, frente a frente
se comunican, frente a frente hacen el juego del baile de la pasión, del
resurgimiento de una sonrisa. Ella quiere acariciar su pluma azulado, el se
deja. Y se miran, ojos concluyendo en otros ojos…y remiten al juego del baile.
El en su rama, ella a ras de la tierra. El pájaro azul da un saltito y se apoya
en el hombro de ella. El pájaro azul conversa con lo maravilloso que puede ser
la sensatez, el respeto, el auge del amor. Porque bien están enamorados….enamoradas
de la vida, enamoradas de la naturaleza, enamorados de esta tierra donde las
flores margullan el sentido de la existencia. Y el pájaro azul se marchó con
ella, en su hombro, prolongando el canto a la vida. A medida que se alejaban de
aquel árbol cuya rama estaba el pinzón iban dejando un resto, unas huellas para
los que los quisieran seguir. Seguir en el canto de la vida.
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