Andaba…Sí, andaba en la elocuente
ciudad. Ella tras de mí, tan cerca que su aliento acariciaba mi cuello. A cada
esquina iba dejándome algo en los bolsillos. No sé lo que era. Ella tras de mí,
con su aliento a rosas negras, a flores marchitas, a un invierno perezoso en lo
gélido. Y otra esquina, y algo más caía en mi bolsillo. Algo ligero, rugoso,
algo que yo no quería ni rozar hasta que su sombra me dejara. Andaba…sí, andaba
de vuelta a casa, la cabeza se me retorcía ante el enigma, ante aquella mujer
que me dejaba cosas en el bolsillo. No quería mirar para detrás, no me
interesaba, había cierta cosa que me impedía. No lo entendía. Ella tras de mí,
ya estaba cerca de casa. Una casa rodeada por un jardín apagado, sombrío,
desganado. Abrí la puerta y en un descuido su aliento se derritió como se
derriten los glaciales. Sentí en ese instante un no sé qué, una descomposición
en mi entereza que me llevaba aguas para la inexistencia. Me toque los
bolsillos, mis bolsillos, llenos de algo. Introduje mis manos secas, mis manos
obreras y halle una serie de papelillos hechos bolitas. La tarde ya venía
vencida, sin armas para defender su esplendor. Abrí cuidadosamente, lentamente
cada una de las bolitas de papel y leí. Cada uno tenía una frase, unos versos
mal formados donde la ilusión de la vida me conmovía. Mi sombra hablaba en
bolitas de papel. Bolitas de papel construyendo los pilares de la existencia,
de mi existencia como una sombra más de
este mundo. Me senté en el sillón bajo la luz de flexo pues la noche
venía, venía. Volví a leer las bolitas
de papel, arrugadas, casi ya con una letra ilegible en transcurso de las horas.
Todo se iba cayendo a medida que la luna asomaba su hocico. Intentaba
rescatarlo todo en mi memoria ¡Ah¡ respiré hondamente y vague en el ensueño de
aquellas palabras, de aquella mujer tras de mí. Me había dejado un rastro, un
rastro seguir. Se borraron las letras, desaparecieron en mis manos. Puso algo
de música, una música eterna, infinita a mis oídos. Me iba quedando dormida,
serena, con la memoria puesta en las bolitas de papel. Las guardé en mi
bolsillo, ahora mudas, en blanco y me tragué todo lo que había escrito. Un
sorbo de agua fresca recorría mi sed, mi hambre, lo real de esta atmósfera.
Seguirán los inviernos, seguirán las primaveras, seguirán los veranos, seguirán
los otoños y de nuevo invierno. Aquí estaremos sobreviviendo, existiendo,
verticalizándonos en pacíficas tonadas.
Cuando desperté las bolitas de papel se había ido. Abrí las ventanas y
los mirlos rumoreaban al viento. Me sentí entregada a ese viento, ese viento
invernal y duro como si me duchara. La calle vacía, todavía temprano. Me hice
un café y miré mi bolsillo de nuevo , nada de las bolitas de papel. Bolitas de
papel que da un sentido al pulso en continuar trepando a través de las rejas de
fronteras inventadas.
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