Bajaba, subía y por un momento infinito en sus recuerdos
estaba estática. Escaleras abajo, escaleras arriba y el surgir de un olvido,
despistadas formas al encuentro de algo
para encontrarse con las aceras de una ciudad durmiente. Bajaba, subía y en
cada escalón tomaba aliento de cada poema desaparecido en las cenizas de sus
manos. Bajaba, subía y un firmamento donde la luna juega con el sol temprano se
vestía a cuadros. Todavía joven, todavía abandonada amores prohibidos, todavía
contemplando el surgir de la mañana bajaba y subía. Cuando se detuvo bajo su techo lamía cada
visión, cada respirar de la urbe. Se miraba su traje de cuadros frente a un
espejo. Se sentía bien, sentada en el piano reactivaba todos sus sentidos
mientras la mañana iba avanzando con un invernal alarido. Sus manos, imprecisas marcaba el ritmo del
orden matemático de las notas. Sus manos se dejaban llevar por el canto de su
alma. Un alma sumando tranquilidad mientras todo era aislamiento a su derredor.
Y de nuevo bajaba , subía las escaleras convencida de la lucidez de las calles
ensambladas a los transeúntes. Recorría cada esquina con el encuentro de ojos
distintos, de ojos iguales en el rigor
de sus procedencias con su vestido a cuadros. Para ella no había distinción de cada
persona que cruzaba sus pasos. Para ella no había religiones que la condenarán
a la ignorancia. Para ella, con su traje
de cuatros, que bajaba y subía solo era alimentada por el cosmos. Y de nuevo
cierra la puerta de su casa, y de nuevo se sentaba en el piano y de nuevo
suspiraba profundamente.
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