martes, diciembre 31, 2019

Había calima...


Había calima con una atmósfera tibia donde los cuerpos se arrojan a las aceras, al mar de este atlántico, de estas islas en paradero virtuoso cuando el invierno las visita. Estaba en el último día del año, ya venía con la sonoridad ávida el próximo. Ella, en su silencio, alejada de todo clamor a su nacimiento observaba como las gentes aceleradas vibraban por el golpe de unas campanadas que nos dejaría para algunos un buen sabor, para otros un dilema y para el más allá de nuestras tierras un calvario. Ella, en su silencio, meditaba, se dejaba acoger por el recorrido de sus estaciones , de sus horas, de sus soles  en los aires donde las ilusiones imaginadas todas fueran  afluente de una paz deseada, donde la esperanza , los deseos fueran absorbidos por nuestros sentidos y emitidos a cada uno de los humanos. Sí, ella, miraba este año nuevo como ventura de la alegría para muchos, como singladuras de las amarguras para nadie.  Subía a la azotea y miraba el esplendor de la jornada, respiraba hondo….muy hondo hasta que sus entrañas se explayaran en vida, en una sonrisa muy valiosa para sí misma. En la azotea ya tenía su mesa, sus uvas. No sabía con quien las compartiría, pero de bien seguro con el mundo. Danzaría un brindis al firmamento cuando los astros de medianoche la iluminasen y abarcaría todos sueños en un solo deseo. Sin más se sentaba a esperar su entrada, desde ahí, desde su azotea. Visionaba el todo de la isla. Una isla enriquecida en el paso de las lunas. Se sentó en la mesa y quería saborear las últimas horas.  Un mirlo se posó sobre la mesa, ella lo miraba como quien mira a su amante, ella le hablaba como se habla a su amor. Porqué no, se decía, somos todos partes de uno. Somos todos nacimiento de lo mismo, solo, polvo de estrellas que se ha tatuado para erguirnos en nuestros pasos, cada uno distinto pero sin embargo igual. Y la noche se acercaba, desde su azotea contemplaba el universo, su hogar. La música que sonaba era la del mundo, un mundo abatido por las balas de la muerte, un mundo desencadenado en cauces injustos. Por ello se detuvo, dejo de cavilar y se dejo engañar por su propio canto, por su propio baile hasta que cayó en el letargo, el sueño la vencía. Un sueño que daba vueltas y vueltas como síntomas de cansancio.  Y , ahí, en la azotea , en su silla con su frente apoyada en sus brazos se quedo dormida mientras los astros se agotaban, mientras las furtivas celebraciones se agotaban, mientras el nuevo año aparecía como silueta del bien.

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