Había calima con una atmósfera
tibia donde los cuerpos se arrojan a las aceras, al mar de este atlántico, de
estas islas en paradero virtuoso cuando el invierno las visita. Estaba en el
último día del año, ya venía con la sonoridad ávida el próximo. Ella, en su
silencio, alejada de todo clamor a su nacimiento observaba como las gentes
aceleradas vibraban por el golpe de unas campanadas que nos dejaría para
algunos un buen sabor, para otros un dilema y para el más allá de nuestras
tierras un calvario. Ella, en su silencio, meditaba, se dejaba acoger por el
recorrido de sus estaciones , de sus horas, de sus soles en los aires donde las ilusiones imaginadas
todas fueran afluente de una paz
deseada, donde la esperanza , los deseos fueran absorbidos por nuestros
sentidos y emitidos a cada uno de los humanos. Sí, ella, miraba este año nuevo
como ventura de la alegría para muchos, como singladuras de las amarguras para
nadie. Subía a la azotea y miraba el
esplendor de la jornada, respiraba hondo….muy hondo hasta que sus entrañas se
explayaran en vida, en una sonrisa muy valiosa para sí misma. En la azotea ya
tenía su mesa, sus uvas. No sabía con quien las compartiría, pero de bien
seguro con el mundo. Danzaría un brindis al firmamento cuando los astros de medianoche
la iluminasen y abarcaría todos sueños en un solo deseo. Sin más se sentaba a
esperar su entrada, desde ahí, desde su azotea. Visionaba el todo de la isla.
Una isla enriquecida en el paso de las lunas. Se sentó en la mesa y quería
saborear las últimas horas. Un mirlo se
posó sobre la mesa, ella lo miraba como quien mira a su amante, ella le hablaba
como se habla a su amor. Porqué no, se decía, somos todos partes de uno. Somos
todos nacimiento de lo mismo, solo, polvo de estrellas que se ha tatuado para
erguirnos en nuestros pasos, cada uno distinto pero sin embargo igual. Y la
noche se acercaba, desde su azotea contemplaba el universo, su hogar. La música
que sonaba era la del mundo, un mundo abatido por las balas de la muerte, un
mundo desencadenado en cauces injustos. Por ello se detuvo, dejo de cavilar y
se dejo engañar por su propio canto, por su propio baile hasta que cayó en el
letargo, el sueño la vencía. Un sueño que daba vueltas y vueltas como síntomas
de cansancio. Y , ahí, en la azotea , en
su silla con su frente apoyada en sus brazos se quedo dormida mientras los
astros se agotaban, mientras las furtivas celebraciones se agotaban, mientras
el nuevo año aparecía como silueta del bien.
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