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Ven
algo, algo aparece a través del acantilado. Piensan que un ave, un ave nunca
vista por la agilidad y sintonía de sus movimientos. Pero no, sus piernas
delgadas sobre la tierra les hace razonar otra cosa, otra existencia antes
inaccesible en sus pensamientos en ellas. Guardan silencio, no se mueven en el
ritmo de ser cómplices. Sus mentes recrean viejos espíritus que andarían por
aquella zona pero, no, es una figura con forma humada. Una figura humana
tostada por los rayos solares. No se preguntan quién es, inmediatamente a una
velocidad tremenda, desmesurada se dan cuenta que tiene que ver con la casa,
con ese viejo hostil. Sin saber porqué a él le tienen miedo, es como si fuera
un ser maligno que da viveza a los demonios de ese bosque. La masa
sanguinolenta y plumas manchadas inundan el lugar, que conjuro habrá hecho, que
creencias se cierne sobre ese hombre para hacer un acto tan atroz, tan desagradable solo, divisado por las almas del bosquecillo.
Algo debe pasar, algo que se ha escapado por sus cabezas para tan horrible
escena. De nuevo la fisionomía inmersa en un halo extraño pasa cerca de ellas.
No saben cómo actuar, el-ella, ella-el, seguro que las ha visto pero la
impertinencia de una tarde que se encoge para da bienvenida a una noche ya próxima
la hace cobarde. Ampuam, corre y corre con la velocidad de las gacelas, con el
celo de una loba por su territorio, con lo novedosa de esas tres chicas a su
paso. No se deja hipnotizar por su quietud, por sus formas como ella, por sus
maneras reservada ante la presencia de ella rondándolas. La duda y que las duda
ante lo desconocido, ante lo evidente, ante la pena que les espera si vuelven
tarde. La noche vuelve, la noche donde las historias alrededor de hogueras se
hacen ciertas o quizás no. Todo es rápido, todo sobrepasa los límites de la
normalidad. De repente, un grito lastimoso, ¡Marie¡ ¡Marie¡ El viejo , el
hombre, el extraño hombre de la casa está o ha despertado y llama como siempre
a su Marie. Las chicas escuchan, las chicas cimbran al compás de navajas
saboreando sus cuellos. Ampuam, ampuam acelera su ritmo y baja acantilado abajo
al escuchar este lamento. Se mete en su gruta y todo es oscuridad, no dice
nada, no mira nada, solo escucha y escucha hasta que finalice. Las chicas se
alejan, se alejan con los hombros caídos, lentas, como si esperaran algo. Y
¡zas¡ la superiora, la palidez es el remate de sus rostros de ojos sacados
de sus cuencos ¡OH, el otoño¡ agoniza
en sus días , se reviste de una bruma inesperada. Aparecidos , aparecidas
baldías. Y la superiora las observa ,no con los ojos de la noche anterior, sino
con una mirada pacífica, comprensiva. Ellas no se dan cuenta, solo balbucean
algo parecido a la palabra perdón. El pánico las aviva para echarlas en el misterio
de tocar una puerta donde el viento brutal, diabólico las deja estáticas...CONTINUARÁ
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