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La
marea rompe por debajo de la cueva. Nunca llega a ella solo salpica su boca con
el salitre. Que los aires de estancia en esta vida columpien sirocos
evanescidos, vientos idos donde la realidad sea presencia de mis ojos cuyo
color desconozco. Oye unos pasos, es la comida que desciende en una cuerda.
Ella la coge y la retorna a su lugar. Ya no le importa quién es, sabes que es
prisionera de alguien que siente miedo…mucho miedo, sabe es prisionera de una
mente desordenada, rondando el desequilibrio. Un ser que no llega a saber de sus correrías
con la madre tierra, que no sospecha de sus entradas y salidas. Ella disimula,
calla y solo conversa con sus libros, con su cavilar. Mientras Anne, Agatta y
delfine quedan sorprendidas ante la claridad de la jornada, ante el jardín
frente ahora de ellas. Gallinas con los pescuezos retorcidos están esparcidas
en ese territorio. No comprenden, no llegan a entender a que es debido. Delfina
agudiza su lengua , su mente y es un
acto de brujería. Anne y Agatta no salen de su asombro, del ensimismamiento que
produce la desagradable, repugnante y la maldad de la acción. No es cosa buena quien
vive aquí, se dicen. Las tres aleladas en la congoja no saben qué hacer. Una
fuerza las magnetiza y entra en el jardín. Esta vez no piensan tocar la puerta
en esa casa desconchada de cristales rotos. Aprovechan que todo es silencio
para rodearla. Sabe que su flanco norte da
al acantilado. Un acantilado que saborea la mar tranquila, allí se
dirigen. Miran por los cristales rotos y no ven nada, todo es sosiego, calma,
oscuridad. Voy a salir, dice la superiora. No sé a la hora que estaré de vuelta
pero si aquellas tres vienen tarde decídmelo. Coge su abrigo y se va de la
residencia, su paso es seguro como si supiera lo que tiene que hacer, como si
supiera donde tiene que ir. Por un momento cierra sus ojos y suspira. Espero
que estén bien, se dice para ella misma. No me perdonaría que les ocurriese
algo fuera de mis manos. Continúa con la presura del viento que se ha
levantado, con la agresividad de poder enfrentarse al todo aunque le cueste la
vida. Sé a dónde han ido. Las tres continúan merodeando la casa y de repente un
canto, un canto con cierta armonía. Una armonía entendible donde se narraba una
leyenda de dos amantes, dos aves de mundos diferentes que concurrían a la isla
helada para el calor de sus cuerpos. Aves de dos existencias, enamoradas en su
tonada a la naturaleza conjugada con boscajes, desiertos y océanos. Aves que en
su final se convirtieron en una sola y al unísona como aves plata aparecían en
las noches de luna llena como sombra de esta. Pero de donde, donde venía esa
balada bien bella, bien benevolente. Es como si el mar cantará esta melodía que
llegaba a sus oídos. Agatta, Anne y Delfina
oían y oían quedando imantadas por esta tonada melancólica. Sonaba a placer, sonaba a pena,
sonaba a soledad, sonaba a pérdida. Rasgada a los vientos nortes, rasgadas a
las palabras del océano, rasgada al sentido de su imaginación, así, se sentía
ella ¡Oh, el otoño¡ acogido por salvajes vientecillos quebrando los rostros en
estáticos cuando su incógnita es reveladora del futuro…CONTINUARÁ
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