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Cuando la mañana se evade con la
suculencia de una tarde soleada mi alma parece descansar. No sé porqué. Las
chicas se han ido a dar un paseo. Cada una de las monjas de esta residencia se
recoge en su celda. No me pregunto lo que harán, cada una tendrá sus pecados
sobre sus espaldas y el arrepentimiento…Sí, el arrepentimiento de que sirve sino cuartada para salvarnos de
los infiernos. Yo, como atesoraría de todas estas mujeres, mujercitas tengo que
guarda las apariencias en esta comunidad. A veces me pregunto si Dios existe. Sí,
me lo pregunto con la pena de mi hipocresía ante ellas. Un Dios que nos lleva
por veredas difícil de olvidar. Estamos en una sociedad retratada por lo que
eres, lo que fuiste, llevamos máscaras, llevamos cargas a veces complicado de
guardar. Hay que continuar con esta vida, con esta represión que a veces me
petrifica, me asusta. Sí, Dios mío, me temo. Me hacen gracia esas monjas jóvenes.
De aquí las escucho despachando un canto, un canto alegre a compás de un viejo
piano. En la vida he tenido que afrontar cosas terribles pero nunca me creí
capaz de hacer daño. Pienso ahora en Anne, Agatta y Delfina con sus cabezas
rasuradas ¿A dónde habrán ido? Imagino que al mismo lugar donde la noche las
convoco en la curiosidad. Espero que no hayan descubierto al extraño de la casa
en el fondo del bosque ¿Vivirá aun? No sé, su historia es un lamento de este
pueblo, un lamento que se calla cuando en la noche de silencio con sus aullidos
llama a su esposa. Su muerte tuvo que ser horrorosa para él, su muerte lo ha
hecho un ser grotesco, a ras de la monstruosidad de sus actos, de sus maneras. Y
pienso, es el amor. El amor que tuvo por aquella mujer, su Marie creo que se
llama. Yo no sé si seré igual que él, te escribo aunque sé que solo eres vacío,
insonoridad. Pero tu ida no me ha inducido al terror sino a un castigo continuo
por pensarte, por escribirte, por conversarte. Nadie me conoce y me reconforta,
te dejo amado mío, tal vez cuando muera leas estas cartas. Estas cartas que
cada día se esconde en mi fondo, en una gruta imperturbable por quien sea que
sea. Escucho la isla, rodeada, limitada por ese gran mar. No es como las
extensas e interminables tierras de los continentes donde puedes atravesarlos y
desaparecer. Adiós amado mío, ya te dejo , voy a las novicias que cantan y
cantan con la alegría de pajarillos emergidos tras la lluvia.
Ello me reconforta, me produce una sensación de satisfacción, están contentas. Cierra
la puerta de su celda y va hacia la capilla, calma y a la vez preocupada. Abre
la puerta y todas callan, las mira. Qué pasa chicas continuar, continuar…me
gusta lo que está sonando. Torpes, inquietas, nerviosas, inseguras intentan
retomar el canto. Se va por donde ha venido, cuando cierra la puerta se escucha
de nuevo la música. Sonríe con la sombra del placer, con el resonar de sus
sentidos en el temor que ha creado en toda la residencia. Se encierra de nuevo
en su habitación , una habitación con una única ventanilla que da a los
exteriores de la residencia, donde el mar se quiebra con sus muros. Se asoma y
en la distancia suspira ¿A quién suspirar? ¡OH, el otoño¡ valiente sol que
amortigua lo gélido, la amargura de sus rozamientos con nuestros cuerpos. Saca el bacín y lo arroja a ese océano, sabe
que tiene ojeras y hay que disimularlas. No, no me puedo mostrar cansada.
Cansada no tiene alas para las pisadas, cansada tiene ojos blancos aguijoneados
por granizo, cansada no tiene tiempo para la protección de cada trastorno
presente. Me dormiré un rato, hasta que las chicas vuelvan. No creo que exista
alguna alarma por este corto tiempo...CONTINUARÁ
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