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¡OH, el otoño¡ ráfagas de un aliento metálico cuando
la noche habla a solas ¡Oh , el otoño¡ belleza sin fin que va esculpiendo cada
paso, cada palabra cuando todos callan. Sí, decía ella, Delfina una chica
corpulenta donde la veintena de las estaciones sobresalía en sus mejillas
sonrosadas. Se nos ha hecho tarde para
llegar a la residencia, creo que mi reloj da más allá de las diez, las monjas
se enojarán y crearan alguna pena de aviso. Se hallaban en la densidad del
bosque, un bosque aun no devastado en pleno siglo XiX. Ellas, estudiantes,
aburridas de la rigidez de la educación que habían enhebrado para ella sus
familias. Se habían perdido en el boscaje, un boscaje inmenso, un boscaje
virgen, un boscaje espeso, un boscaje de hojas amarillas en la plenitud de la
noche. Noche larga donde sus huellas quedaban tras la débil llovizna. Una a
otras se animaban, se arropaban ya hartas de tanta y tanta estrechez. Aunque lo
gélido se incrustaba en sus huesos ellas seguían y seguían caminando ¡Oh, el
otoño¡ nocturno de misterios, de hechizos insospechados atravesando sus almas,
ya, pesadas. Tenían que regresar y bien rápidas, muy rápidas. La noche convoca
efectos extraños, invoca condiciones del inframundo por lo que eran temblor. Un
temblor favorecido por un cielo cerrado, un firmamento invisible ante las
plomizas nubes. Cuando creyeron encontrar el sendero hasta la residencia se desilusionaron,
en una boca abierta del boscaje había una casa de estilo medieval entendían ellas. Los ojos engañan, nuestras piernas cansadas
nos retraen y nos llevan a un lugar insospechado ¿Cómo puede a ver vida aquí¿,
se preguntaba otra de ellas. En medio de este infierno helado, donde nuestras
manos padecen morir ante el dolor, donde nuestra motivación cae y cae en las
profundidades de un pozo desconocido. Tiene luz, tiene vida, tiene personas ¿Quién
serán¿ ¿ Quien serán? Es muy tarde y no hallamos el camino de la residencia,
nos estarán buscando ¡qué horror¡ tengo ganas de llorar, pero hemos de ser
valientes. Vamos, chicas, toquemos. Que nuestro Dios nos proteja, que los
ángeles caigan del cielo y con sus alas podamos regresar ¡ Oh, el otoño¡
reflejos de gotas que van discurriendo a ras de la hojarasca, a ras de esos
rostros consumidos por el temor. Sí, el temor de la tardanza, de la
desesperación. Ralentizan su andar dirigiéndose a la puerta. Con la esperanza
puestas en sus hombros tocan y tocan. Nadie habré pero hay luz en su interior...CONTINUARÁ
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