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El
tiempo…si, el tiempo que pasa, que derrota y después emergemos como alas de un
destino incierto. El tiempo…si, el tiempo agrietando nuestros ojos, nuestros
huesos y después seremos vencedoras de la astucia de la verticalidad. Siempre
caminamos para delante, solo algún aguijón efímero dolencia de nuestros pasos
¡Oh, el otoño¡ desbordamiento de una lluvia que nos lleva a la cima de nuestra
templanza, de nuestros sentidos hasta ser hijas edificadas por vientres firmes,
fuertes. El tiempo…ellas tres consumidas por las apuñaladas gélidas de aquella
capilla oscura frente a un Cristo. Qué pensar, qué interrogantes se cosen en
cada una de sus mentes. No se hablan, absortas en su silencio danzan con lo
neutro de las sensaciones, de las motivaciones. Solo saben que están ahí,
solas, con el engarrotada firmeza en sus
razones. Tenemos que aguantar, se dicen. Tenemos que ser una, se dicen. Tenemos
que ser valientes, se dicen. Sí, se dicen en la conversación anulada por el paso
del tiempo. En sus cerebros se dibuja una cierta fluidez de grandeza de esa figura
sangrante. El túnel de su existencia tuvo que ser penoso, triste ante la incomprensión
de su época, ahora, valorada como uno de los grandes. No, no es un Dios, es
alguien donde la injusticia, el egoísmo le retorcía su estómago y puso valor,
puso su cara para que vomitaran sobre ella. Ahora, ahí, figura inerte que permanecerá
en el paso de los siglos, de los vendavales castigadores de una sociedad. La noche vuelve, se oyen pisadas, se abre la
puerta de la capilla y les dejan algo de comer. Nadie habla, quien haya sido se
ha evaporado como en el nacimiento del miedo. Pero les han dejado algo de
comida. Ellas no miran atrás, siguen con los ojos fijos ante esa imagen eterna.
Algo les tortura más allá de la superiora. Algo les produce ciertos
retortijones en sus memorias. Fotogramas de un paraje inexplorado cuyo jardín
desbordado de caos las lleva a una mirada extraviada en el tiempo. No, no están
conformes con haber regresado sin saber de quién es. Esa atmósfera enrarecida, asfixiante
las induce a un interrogatorio. Volveremos, cuando el castigo haya pasado, con
los días claros nos acojan en un sendero sin pérdida. Ahora, conservemos el don
de las murallas, indestructibles ante las bases bien construidas. Ese Cristo ,
que no es un Dios para nosotras, nos mira, parece escucharnos y nos balanceamos
en la duda…la duda de este mundo sibilino, freático, de hábitos corrosivos….la
duda de quién somos ¿humanas? ¿Dónde está…? Buscar y buscar en el baile de las jornadas,
de los seres, de lo vivido hasta encontrarnos con el navegar hasta de la verdad…CONTINUARÁ
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