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En
la absoluta oscuridad se vieron envueltas. Una extraña bruma ascendía de sus
pies hasta sus ojos. Y el peor de todos los males, el frío enervaba en sus
cuerpos agotados. Cuando salieron de aquel jardín miraron atrás, las luces se
habían apagado y la casa era solo un eco en sus memorias. Agata, abatida pero a
la vez alerta de lo que pudiera suceder cedió su empuje a sus compañeras
¡Llegaremos…sí, llegaremos¡ La mudez de la noche era amenazante, calculadora de
cada una de sus pisadas cada vez más lentas, más eclipsadas por el fustigar del
miedo. Y zas…se escuchan unas campanas, las campanas de la búsqueda, las
campanas de la desesperación , las campanas de una madrugada sin luna , de un
otoño con viento no se sabe de donde es. Se detuvieron y las tres pensaron lo
mismo, en sus mentes se bosquejaba que la residencia estaba en su búsqueda. Un
grito gutural, un grito en la niebla, un grito salida de los infiernos
escucharon ¡Al norte¡ ¡Siempre a vuestro norte¡ Es el, una fotografía de su
imagen las llevaba a momentos atrás. Es ese hombre raro el que nos grita, concluyeron
ellas. La angustia se incrustaba en sus vientres, no podían seguir. En sus
mentes el ruido lejano de las campanadas, la voz tétrica de la nada. No tenían
remedio, tenían que continuar sino la helada de la noche las cazaría en la muerte,
una muerte dolorosa, larga. Sigamos las campanadas, pero donde , de donde
proviene ¡Oh, el otoño¡ transeúnte de cloacas en la embestida de su todo ¡Oh,
el otoño¡ duele, cuando no somos eje que sigue su andar a ras de su giro. Las
campanadas se aproximan, ellas se aproximan, una luz se aposenta en los ojos de
Delfina, Anne y Agatta. Les da igual el castigo, se oye un ladrido. Es Bob,
dice Delfina, viene a nuestro encuentro. Van hacía el, está solo y las guía
hasta la residencia. Una residencia toda iluminada en todas sus habitaciones,
la alarma había estallado ¿Qué castigo le esperarían? ¡OH , el otoño¡ el placer
del calor bajo un techo, el placer de una chimenea cuando todo olía a muerto,
el placer de un fatigado temor que te hace vertical. Nadie las esperaba, solo,
la superiora en el umbral de la puerta. Una mirada afilada, cangrenosa, con la
ira remordiendo sus sienes, su lengua. Síganme, solo díjo. Ninguna dijo
palabra, ninguna respiro por unos instantes, ninguna dio explicaciones de lo
pasado, ninguna estalló en lágrimas ¡Aquí¡ Aquí os quedaréis –solemne- hasta
que Dios os perdone vuestra falta, vuestra desobediencia. Ya hablaremos, dijo
rígida, severa. Ya veremos el tipo de pena que os aplicaremos para salvaros del
infierno ¡Sí¡ del infierno. Sois gentes demoniacas, la locura se ceñido a
vosotras y hay que extirparla, expulsarlas de vuestras desgraciadas almas ¡Oh,
el otoño¡ parece que quiere desheredar la noche y levantarse un aroma malva, rojo, naranja. Así, se despide el
nocturno y llega el amanecer ¡Oh, el otoño¡ gama de colores que absorbe el ayer CONTINUARÁ
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