Como de costumbre se dirigió a su mesa de trabajo, estaba en
su próximo poema, estaba ensimismado en su ocurrencia y deseaba transcribirla
antes del olvido. Abrió uno de los cajones y allí sin más y sin saber porqué encontró
cartas de amantes en un tiempo pasado. El no recordaba que las hubiera puesto allí, se quedó pensativo. En
su pregunta interior fue repasando cada una de ellas, mujeres diferentes habían
pasado bajo ese techo y todas le habían dejado una carta, una carta de
despedida. No que él las hubiera echado sino que no eran compatibles, no era lo
que él desea y su sueño aun seguía vigente a su mediana edad. Se sentía
confuso, tantas y tantos errores para su ideal de amor. Cuando las hubo
revisado todas, la tarde se pegó con su aroma cálido y la pesadez de un extraño
otoño. Tirarlas o no. No, fue la decisión que tomó, cogió cada una de ellas y
marcó cada desdén, cada reproche, cada hostilidad de su aliento, cada desgana
cuando la noche se hace larga. Se había olvidado de su poema, un poema a ¿quién?
No, no se acordaba. Con sus manos sudorosas fue escribiendo cada uno de las
cartas donde las había marcado.
No soy mujer de tus deseos.
No soy mujer de tus emociones.
No soy mujer de tus sueños.
No soy mujer de tu paz.
No soy mujer de tu aliento.
No soy mujer de tus besos.
No soy mujer de tus caricias.
No soy mujer….
Y así sucesivamente, tantas….hasta que llego a la última. Se
fijo muy atentamente, suspiro y escribió…
Deseaste, aventuraste, soñaste, besaste, acariciaste pero yo
aun no he nacido en tus ojos, en tu corazón en busca de lo perfecto. No, no somos
perfectos. Somos existencias comunes que compartimos ratos, pasiones, emociones.
Dos mundos que giran en distinta orbitan cuando las cenizas nos envuelvan en la
desmemoria. No, no existo, solo el eco de tus latidos en la lejanía, en la
soledad. Tus sentidos vírgenes se vuelven tosco a medida que las estaciones
pasan y te detienes, y miras, y examinas tu ser ante un espejo, y no te ves, entras
y sales pero no te encuentras, no la hallas. Temblor, sintió temblor, un miedo
enclavado en sus vientre y cerró los ojos. Tras unos instantes se levanto de su
mesa, se puso su chaqueta gris y metió todas las cartas. Salió a la calle, ya
la tarde daba a su fin, el viento tempestivo lo avisaba, levanto los brazos y
las cartas se perdieron en la voracidad de la climatología. Desapareció por una
esquina y sus pasos entablaron conversación con las polvorientas y sucias
aceras, en su silencio, en su pena.
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