Si…sí , madre me marcho. Ya es la
hora, hemos crecido en los años con murallas de tintas negras. Los gritos…sí,
madre, los gritos. Hoy en esta estación otoñal donde las nubes navegan junto al
sol he decidido irme. No es que te quiera pero esta atmósfera es imperfecta, es
insoportable. Tal vez, en la ausencia nos prestaremos más atención y dejaremos
las diminutas grietas en una parte de la memoria donde no entraremos, estarán a
puerta cerrada por el paso del tiempo. Sí, madre, te quiero, por ello me voy ,
soy adulto y he de buscar la clemencia de los vientos en mi entereza. Mira,
asómate un paisaje anaranjado y rojizo tiñen las arboledas, las hojas caen y se
van lejos…muy lejos. Es hora de partir amor, abandonarme en el curso de mis
posibilidades, de nuevas oportunidades. Aquí noto que estoy estancado, presa de
colmillos que no me dejan avanzar. Tengo hambre madre…mucha hambre. Hambre de
otras palabras, de otras miradas que me ayuden a ver mis pasos. Pero antes de
marcharme quiero que me abraces, no llores madre, no me olvidaré de ti, no
estoy encarcelado en el odio, en el resentimiento. Acaso ¿no ves mis ojos?
Adiós, madre. Hoy no lloverá, entonces, no me mojaré, estaré protegido por mi
confianza, por el destino sembrado en la benevolencia. Tienes que confiar en mí
madre, soy adulta y tu condicionas tu vida a la mía. No, no puede ser. Ponte
una rebeca que hace frío. Sí, esa que te regalé en tu cumpleaños. Adiós, madre,
la isla despierta y yo quiero alcanza mi norte pronto…muy pronto. Compréndeme,
no discutas, he de irme, no me dejes más amarguras. De alguna manera tenía que
acabar esto, tu, yo, yo , tu…No, esto no es vida madre. Giramos uno alrededor
del otro sin más, aislados de un mundo que camina…que camina. Nada más madre.
Se me hace tarde. No te mortifiques, verás como la luz será beso en los días
venideros y nos reiremos juntos de este momento. Adiós, madre.
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