Septiembre, un halo de calidez se
incrusta en mis carnes. Mis pisadas esquivan las esquinas donde la duda se hace
mencionar. Mis manos acarician las tersas nubes de un deseo, un deseo
penetrante en mi vientre seco. Septiembre, sin más tarareo una melodía tosca,
oscura y me pierdo en el ensueño. Mis ojos abiertos conquistan el horizonte en
toda su densidad. Septiembre, un nuevo viaje me espera en andenes envejecidos
por la herrumbre de los años. Aquí estoy, con mi maleta, una maleta retazos de
poemas navegarán hasta hallar tu rastro. Nada de ti. Septiembre, imbuida en mis
pensamientos correteando por el beso, el beso prohibido del tiempo. Avisto la
caída de la tarde con su luna blanca haciendo un guiño al mañana. Avisto el
último vuelo de los pajarillos en el término de la claridad. Septiembre, la
verticalidad alza mi cuerpo y mi espíritu quiere danzar con los llamativos
astros que vendrán. Vendrán y soñaré. Sí, seguiré soñando en cada rincón de mis
sentidos. Septiembre, un árbol renace en los jardines clausurados a las
miradas, venturas nuevas planearan sobre mi espalda. Sí, septiembre, un
dibujado camino me lleva, me trae hasta la libertad de las mareas, hasta los
despertares calmos ante la tempestad de manos de sangre de otros lugares. Septiembre,
una manzana brota del árbol renacido, muerdo y el aliento de mis piernas
resurgen entre las hogueras purificadoras a la paz. Septiembre…
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