Esplendorosa, se puede decir de
la noche. Una noche apagada de calor después del ocaso. Me encuentro aquí,
mirando el firmamento, escuchando la voz de las estrellas infinitas, lejanas,
cautivadoras. Todos se han ido a dormir y yo al pie de este volcán que llaman
Dios. Dios para los pobladores de esta isla, el padre Teide. Yo despierto,
espabilado con el nocturno fantástico, maravillosa sigo con mi búsqueda, en silencio,
con una linterna. Este mundo me invade, me hipnotiza y hace impregnar la
imaginación. No, pienso, en este universo no estamos solos. Por casualidad
hallo lo que buscábamos, un pedazo de algún cántaro aborigen. Lo observo como
se observa el amanecer atento a las nuevas noticias, a las nuevas sorpresa. En
la palma de mi mano lo tengo. Arrimo la linterna y lo guardo en uno de mis
bolsillos. No, no diré nada. Se lo arrebato a esta tierra inhospitable para mí,
mis compañeros y compañeras aun duermen. Fijo mis ojos al cosmos, un enjambre
de luces me serena ante lo descubierto y espero que la claridad de un sol
veraniego nos visite. Ahora, han pasado más de veinte años, me revuelvo en la
caja pequeña que como sagrado guardé el pedazo de barro del padre Teide. Ya no
estoy en la isla y de aquellos compañeros no sé nada. La miro y la miro igual
que la observé aquella noche de verano y de repente una luz emana de él. Una
luz que en mi escritorio lo llena de figuras danzantes azules, amarillas,
blancas danzando al son de ese trozo. Me incorporo pero no me sorprendo. Son los hijos de esa tierra, de esa isla en su
canto a la estrellas. Los entiendo, me he llevado algo de su ayer, un ayer
donde el resonar aún de sus piernas con las vasijas en la cabeza es sonora. Y
la danza de luz desaparece. Cojo sin temor ese trozo y lo vuelvo a guardar en
la cajita. Pensativa y dudosa me pregunto si devolverla a su lugar. No, es mi
decisión. Me excuso con el valor indeterminado de esa pieza. Sí, una noche, bajo
el Dios de la isla ausente, bajo un manto de purpurea siluetas en el cosmos…lo
hermoso. El ayer me acompaña, me acompañará hasta el fin de mis días. Sí, estos
días mezcolanza de recuerdos y experiencias. Me lo quedo como posicionamiento de
mis secretos. Escucho ahora una música , viene de la calle. Me asomo. No hay
nadie, solo el ritmo cierto de la noche, de los perros perdidos en la
oscuridad, de los astros conversando con mis ojos.
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