No, la calidez de los rayos solares se oculta, se esconden
bajo una masa inanimada de nubes que desean recorrer la urbe. Lo cotidiano da
un salto roto y nos encontramos con un sabor amargo, penoso, aborrecible que
induce en divagaciones indecisas. Amanece y todo es gris metálico, un gris que
nos agarra y nos impide avanzar. Un
verano deslucido, opaco, triste nos envuelve y el rasgueo de una
guitarra(cualquiera sabe dónde) eleva el pensamiento en lo neutro, en la nada.
Me extiendo en la cocina y un café
alimenta mis labios, meditativa
me pierdo en las llanuras de las mareas, de los prados, de este día cenizo
tocando la desgana. Es temprano…muy temprano, los cantos de los pajarillos
surcan mi ventana y un café asesora mis pensamientos en espiral, con un
movimiento ondulatorio que me hace vibrar en el verdor de la jornada. Y es verano,
y es ducha bajo las aguas del despertar.
Sí, estamos despiertos, conscientes de los pasos a dar. Garabateo algo, que es
rutina habitual en el estímulo de los sentidos. Me detengo y vuelvo con un café
alimentando mis labios. Hago la cama, los quehaceres de los días antes de
salir. Me fijo y observo que a mi camisa le falta un botón en la zona del
pecho. Y todo sigue gris, las aceras gastadas,
sucias me dejan pasar, en una esquina hallo el rasgueo de la guitarra. Lo miro,
con ojos oscuros, seguros y me abandono en las calles sin sentido alguno. Una
leve llovizna cae, me dejo ir en la profundidad de su humedad, de su olor.
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