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Son
las dos y María sale del trabajo. En su faz se dibuja el esplendor, se talla la confirmación, se bosqueja el
alivio. Su yo se centra en la aceptación de sí misma, unos pasos lentos que la
lleva por toda la urbe con sus ojos de paz. En un momento se da cuenta que está
pasando por delante de aquel hospital donde estuvo hace 20 años. Se da cuenta
que 20 años no son nada comparado con la libertad, con el beso fervoroso de lo
que la vida la prepara en ahora, en el mañana. María se siente feliz. María se
siente dichosa. María se siente sonreír. Todas sus dudas se han esfumado. María
es ahora la verdadera. María es ella en toda su verticalidad, en toda su
horizontalidad. María se siente valerosa en esta ciudad, en este mundo donde
somos nada. María entra en el hospital, ojea como gente de blanco va para adelante,
va para atrás. María se crece, no hay recuerdos en las mentes de aquellos. Sin
embargo, la mujer de la recepción, de la entrada, de admisión la sostiene en su
memoria del día que se fue de allí directa a prisión. No ha cambiado, el mismo
rostro. Ella la mira y la mira y una nitidez de que es ahora otra y no la
reconoce la hace emigrar a la tranquilidad. Rumbo a ella va decidida, fuerte
pero sosegada. La saluda y en ese saludo le atraviesa una cierta gratitud a la
existencia, a su existencia. Ella también la saluda y le dice que desea. Al
principio se queda en blanco, luego tartamuda y después como corriente de
frases donde pronuncia el nombre de la enfermera sin dejar huella del pasado. Veinte
años interioriza, han pasado veinte años y ahora está ahí, en el hospital al encuentro
de su hijo. Le dice que no se encuentra,
que ha librado y si quiere dejar alguna nota para ella, para la enfermera.
María se despide. María con sus sienes explosivas se va. María le entra un
halito de calma, al menos la enfermera existe, está todavía en ese hospital.
María mira el cielo invernal pero hoy está celeste. María sigue caminando
pausadamente y no sabe que arrebato le da que le entras ganas de saludar,
saludar y evaporarse por las aceras. María llega a la pensión y frente el
parque, allí hay una cafetería. Y María recuerda que no ha comido nada, que el
estrangulamiento que sentía en su estómago se ha ido y tiene ganas, muchas
ganas de ingerir algo. María con un soplo de alivio se siente en esa pequeña
cafería y pide algo. Solo bebe agua, el único líquido permitido en su nueva
vida. María se fija a su alrededor y los pajarillos revolotean en su feliz
trinar. Un mirlo se posa en su mesa y María estática y María encantada lo deja.
Le traen un plato de comida y el Mirlo se disuelve en su vuelo, no muy lejos,
en una rama de los arboles que pueblan el parque. María lo ve, lo observa y sin
pensarlo más come ¡Uhmm María¡ ¿Has despertado?...Uhmm María estás despiertas,
muerte y vida se te han cruzado y ahora agarrada a tu respirar pausado surges
como mujer de la nada, como mujer del todo. Uhmm María , brinda…brinda a la
vida, a la felicidad... CONTINUARÁ
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