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María
se duerme entre cartas y cartas eclipsadas en sus pensamientos. A las siete se
levanta, aturdida, con la molicie que tiene dormir sobre una alfombra en el
suelo. María ha soñado y se siente rejuvenecer. María va al baño, se ducha, se
mira en el espejo –el único espejo- que tiene el baño y con su mano sutilmente
roza su tez. Aunque no se maquilla por la corriente nefasta del ayer se siente
en buen estado. María ha recuperado su naturaleza, es selva virgen que tendrán
otra vez que introducirse pero esta vez con una delicadeza, con sensibilidad,
con una sutil acaricia que ella valorará. María toma su pasado como nave
naufragada, como muertos desperdicios que se pierden con el paso del tiempo.
Los ojos de María se agudizan y frente a frente al espejo ve cierta
estabilidad, cierta belleza renovada. María se viste como le han aconsejado.
María sale de la pensión. María va al lugar donde tiene el trabajo caminando,
le apetece. La jornada se ha engendrado azul, un sol tronador se extiende hasta
sus poros, hasta su andar y la anima, la anima a seguir. María observa la
ciudad, limpia, caótica, refugiada en edificios abatidos por la polución. Todo
es cemento. Todo es asfalto. Todo es jardín de alquitrán y gases asfixiantes. Pero María se alegra de vivir en una isla, en
un pequeño o grande según se mire. María ve el mar y lo ve de forma distinta a
antaño. Ahora ve el mar y su rumor acompañado de su olor la hipnotiza. Mar
verdadero. Mar esfera de sus ojos. Por
un momento se detiene, mira atrás y puede divisar con embeleso algo de las
montañas, de la cumbre que tanto nos regala con sus pinares. No lo distingue
bien pero se lo imagina. Tras un suspiro de libertad continua. María continua
hacia la costa, ahí está su trabajo. No quiere dudar. No quiere temer. No
quiere ser reconocida por ello no se maquilla. No quiere ser mujer rota ante
los demás. María es acero. María es el balanceo fenecido en estaciones pasadas.
María se halla segura. María mira esa marea ya ante su figura en calma, en
serenidad. María está ante la puerta del trabajo, espera, y su respiración
pausada habilita lo soñado. María rescata el sueño de la madrugada, de esas dos
horas donde se concilió con su subconsciente. Se fija en sus manos, están
cuidadas. María tiene manos de mujer trabajadora, de mujer luchadora, de mujer
decidida, de mujer emergida después de las tempestades. María respira hondo y
toca, espera a que le abran. Es temprano pero le da igual, no se esconde, no
teme. Y a María le abren, le abren con
una verdadera sonrisa y ello la motiva. María la drogadicta, María la puta,
María la desorientada se afirma y ante el velo al ayer entra...CONTINUARÁ
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