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Las
horas crecen, una fina lluvia resbala por su tez y despierta con la fatiga
prieta en su pecho. No oye nadie. Intenta levantarse y recuerda que ha dado a
luz. Se mira, corta el cordón umbilical y el pequeño comienza a llorar. Su
rostro sucio más el mal que recorre su espalda desaparecen en medio de un
sonrisa de sus sentidos. Se incorpora y el temblor de su cuerpo en esa cabaña
del infierno le evoca una cierta firmeza ante aquel bebe. María..María, así es
como ella se llama envuelve al niño en un manda deshecha, derruida. María,
María da unos paso con el bebe en brazos y se detiene. En sus muslos de mujer rajada
con el tiempo la sangre no deja de correr. Se esfuerza y María sabe que en
algún lugar seguro lo tiene que dejar. No, no quiere cuidarlo, ni puede. Sale
de esa maldita cabaña y la llovizna juega con una neblina que no le permite
concretar sus pasos. María, María aunque no puede, aunque la fatiga le ingesta
la fatalidad, camina sin rumbo ¿Qué buscas mujer? El delirio con su bebe en el
pecho no la vence, no la condiciona para continuar ¿A dónde vas mujer? Otra vez
esa voz impertinente en sus pasos, en su andar desbaratado, desequilibrado.
Parece que va a desmayar, un mareo navega en sus venas. No deja de sangrar y
sangrar. Voy dónde este niño quede
protegido, voy donde la maldad se acto de desgana, voy donde los retorcidas
miradas no adviertan de donde viene, voy donde dejarlo y yo poder descansar. Me
da igual todo, está ciudad me pesa, pesa demasiado. La basura me consume,
tanto, que este es único bien que haré y después…y después no sé. No puedo, no
puedo. Mi estado me rompe, me patalea desmesuradamente. Y caigo, caigo en un
pozo donde la sombra de mi ayer me corroe ¿Dónde? ¿Dónde dejarlo? Ya no puedo
más...¡no puedo más¡ Pero de sé de una clínica cercana ¡Aparece ya¡ ¡Débil¡
Estoy muy débil, en cualquier momento caeré y después…y después no sé. No sé si
sobreviviré. Ahí está. María pierde el equilibrio pero deja el pequeño en
la puerta del hospital. Ella, sin saberlo, huye y huye, corre con la sangre en
sus muslos, corre en un sudor punzante que la aleja de la zona, corre con el
convencimiento de que nadie la ve, corre por las aceras cenizas sin dejar
rastro de su llanto, de su dolor. María vuelve a la choza. No sabe cómo ha
llegado y se tumba en su miseria...CONTINUARÁ
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