ESCENA 2
Solo. El paisaje es al
mismo tiempo demoledor y apasionante. Un desierto de piedras y el frente a la nada. Sus compañeros ¿dónde
estarán? No lo han esperado. Es tanto su agotamiento que le da igual. Su ritmo
es pausado. Su ritmo es triste. Su ritmo es apagado. Su ritmo es ausente a lo
que le rodea. Su respiración se calma y
se sienta sobre una piedra. Solo. La sed y el hambre se hacen hueco en su
estómago, en su garganta y parece delirar. Las piernas aun le duelen un poco
pero es como si no las sintiera, como si las hubiera tragado el vacío que
cabalga junto a él.
Niño:
Se han ido todos. No
puedo más. Aquí en el silencio de mi cuerpo, en el hambre y la sed que me azota
estoy invadido por ese sueño. No, no es
sueño es real. Veo a lo lejos venir alguien de mi estatura. Seguro que es el. Seguro
que se acercará a mí y me abrazará. Yo lo espero. Me duelen las piernas y no
puedo caminar hacia él. Hoy me encuentro débil, parece que me desmayo y un
hormigueo recorre mis manos ¡No¡ tengo que mantenerme firme, aunque, sentado
esperándolo ¡Qué silencio¡ y el está más cerca. Estoy mirándolo, su cuerpo se
agranda a medida que se acerca, a medida que el sueño me golpea. No, no quiero
dormir.
(El niño no se duerme
aún, espera arrinconado en una roca. La figura llega hasta el. Algo balbucea
pero no se entiende. Se posa en su frente y en el acto se transforma en un
mirlo negro de pico naranja. La persona
que veía era un mirlo. Un mirlo
gigantesco, con alas plateadas en su corpulencia negra)
Mirlo:
Me cofundes, no
importa. Aun respiras, ello es importante. Ser vital ante las circunstancia de
la existencia. Duerme tranquilo, te traeré algo de agua y tal vez podamos
conversar y tal vez puedas animarte y tal vez quieras seguirme. Me veías de lejos, la lejanía confunde a los ojos,
a los ojos desfallecidos, a los ojos lastimados, a los ojos del hambre, a los
ojos castigados por las inclemencias humanas. Agua y agua, te rociaré de un
viejo árbol no muy lejos de este desierto de piedras allá tras aquellas
montañas al fondo donde la vida es distinta, donde la espesa niebla reverdece
todo lo muerto, donde todo se mueve en la alegría del vivir ¡Qué digo¡ tú no
sabes de eso, pero es real, la vida no es esto. Es una explosión de emociones
que corretean por cada paso que darnos, a veces, sin darnos cuenta. Ahora,
espera, fugaz con los astros que vendrán en el nocturno estaré aquí. Sí, aquí,
contigo.
(el mirlo se va, deja
al niño azocado con algunas plumas plateadas para que descanse hasta que el
vuelva. Plácidamente, como un soplo de vida el niño duerme. El frío se ha ido,
el dolor se disipa paulatinamente a medida que el calor penetra en su cuerpo.
En su cuerpo de niño. Se hace por unos momentos que pueden ser horas un callar,
el viento norte lo rodea pero no se aproxima, sigue con su sentido, sigue con
su ritmo, sigue cortando rostros de mirada indecisa ante el)
Viento:
Uhmm…ha estado aquí el
mirlo plateado. El protector de las almas caídas por el desdén de los demás,
por el desprecio de este mundo te sanará. Ya verás cómo te recuperaras y
después qué…no sé. Yo sigo mi rutina natural, evocando la gélida atmósfera al
resto, a ese resto que no tiene excusas para matar una flor en pleno
nacimiento. Uhmm…te ha dejado bien arropado con sus plumas de plateadas. Ha
llegado a tiempo, antes que yo con mi fuerza, con mi brusquedad rompiera toda
tu entereza. Pero no creas que es adrede, solo es un impulso de mi carácter aferrado
a mi naturaleza. Soy el viento del norte, un viento que hace temblar por sus
cuchillos helados a muchos, menos a ti. A ti, te dejo, tienes la señal, la del
viejo mirlo plateado. Por ello, no te toco. Uhmm, sigue durmiendo.
(El viento norte se va,
se extingue de la zona del niño y habla para sí mismo mientras sigue su ruta)
Uhmm…las desventajas
para estos muchachos jóvenes en este mundo son muchas, demasiadas. Tanto frío,
tanta incertidumbre, tanta penuria y más. No , no hay oportunidad cuando eres
un niño, una mujer, no sé, todo se vuelve oscuro. Uhmm... No tardará en venir
el viejo mirlo plateado, vendrá y no sé lo que hará. Yo continúo en mi soledad,
en mi silbido impertinente, monótono observando con celeridad cada desgracia,
cada sonrisa.
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