ESCENA 3
Diminutos ríos
conforman un paraje donde la naturaleza viva desde miles de años conquista las
raíces entusiasmadas en su verticalidad. En el boscaje donde la bruma y hojas
gigantescas hay una infinidad de arboles. Pero hay uno especial, el más anciano
de esa explosión de la madre tierra. El viejo mirlo plateado va hacia él
mientras sus pensamientos se vuelcan en el niño, en la niña, en muchos que les
han cortado el paso antes de brillar en la madurez de los años.
Mirlo:
Aquí estoy, todavía no
me ido a otros lugares de este planeta. Vuelvo a este maravilloso lugar donde
la naturaleza crece y crece en su curso natural. Hola querido árbol de la vida,
estoy otra vez en tu tierra y me siento agraciado y me siento dolido y me
siento con lágrimas amargas ante lo que
discurre bajo la atmósfera que nos rodea.
Árbol de la vida:
Sí, aquí estás. Tú que
corres este mundo atrapando cada gota cruel. No hace falta que me digas a que
has venido. Tal vez , alguna mujer o hombre presa del olvido. Tal vez, algún
anciano o anciana presa de la soledad . Tal vez, algún espíritu inocente presa
de lo injusto, de abusos. No sé, no atino a averiguar, dime de qué se trata.
Mirlo:
Ahhhh…árbol de la vida.
Estoy cansado, cansado de tanta basura sobre aquellas vertientes no nace el
sol. El lado oscuro de las almas se empeña en hostigar, en martirizar, en
tortura al más indefenso de los indefensos. Sí, es cierto, vengo a pedirte
ayuda. Necesito de tu agua, de tu savia para sanar una existencia. Una vida
pequeña. Una vida corroída en su corta edad. Ahhh…dime árbol de la vida, cómo a un pequeño pueden robarle la sonrisa,
las ganas de continuar por los largos pasillos de esta existencia. Ahhh…dime
árbol de la vida, cómo puede morir este mundo que tenemos ante tanta
destrucción. La verdad , que aquí quieto contigo, mis pensamientos me llevan a
la tristeza. Una cierta angustia desquicia mi corazón y me siento cobarde. Sí,
cobarde. Somos cobardes…muy cobardes.
Árbol de la vida:
Uhm , lo que me cuentas
es repetitivo. Los siglos caminan pero el ser humano no cambia. No, no cambia.
Tan grosero. Tan grotesco. No todos. Peo hay que ser valiente para alzar la voz
en un grito de basta ya. Toma de mi lo que quieras, ya soy viejo. Alimenta a
esa criatura y si puedes, enséñala a cantar, a volar, a manejarse ante las
tempestades de la rutina, del hoy. Vuela viejo mirlo, vuela hacía el, no hay
tiempo que perder. Uhm y si puede ser que haga una visita, ya veremos que
hacemos de él. Anda, anda agujerea mi cuerpo y toma de mi líquido, de mi agua.
( y el viejo mirlo de
alas plateadas con su pico naranja, hace un agujero en tronco y toma de su
savia de la vida y se marcha con sus pensamientos)
Mirlo:
Qué triste son los
humanos en su soledad. Qué triste es son las barbaridades de sus mentes
abiertas al daño. Qué triste es no darse cuenta de lo desastrados que son. Qué
triste qué no sepan cantar. Qué triste que no sepan bailar al ritmo de sus vivencias.
Qué triste son sus quejas. Sí, sus quejas. De vez en cuando me aburren, un
cierto hastío de enojo ante los que no merecen respeto. Pero hay quien no dice nada, solo callar y
callar. Arrinconados en un túnel donde ellos buscan su propia luz, su propia
verticalidad. Me alejo de este paraje hermoso, casi perfecto y ya estoy donde
la desolación muerde las venas. Veo al chico, en su letargo, con el placer de
mis plumas arropándola del más cruel de los fríos, del más bestial de los
golpes.
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