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Sus
huesos ya han llegado, están aquí, frente a mí. Era ella…sí, ella, su presencia
posada en un jarrón es cenizas que aromatiza este salón. Lo miro, ese jarrón, y
mis recuerdos se hacen nítidos pero frágiles. Somos frágiles a veces y otras
fuerte. No sé porqué este cariño por ella, solo un leve suspiro me ampara, el
del adiós. Solo hallo el dolor en la ya fallecida madre. Tanto lloró, tanto
anhelo, tanto mordió sus labios en el silencio de su soledad que ahora que
descansa ante mi sus restos. Restos que me observan, que me examinan, que me pierden
en el vaivén de la figuración de aquellos años de la posguerra. Batalladora,
luchadora, energética, con su boca abierta para decir la verdad y escupir en la
cara de sus asesinos. Me la imagino, de rodillas, con los ojos sin vendar,
mirando cara a cara a su ejecutor, a aquel garrote rompiendo su garganta y ella…ella sin dejar de gritar
¡Libertad¡ ¡Libertad…¡ Así me lo contaron, así queda en este espacio que me
rodea. Libertad…viajes infinitos invisibles de aquellas que tomaron la palabra
como sus armas. Un dolor agudo siento en mi pecho, me levanto y me acerco al
jarrón donde las cenizas de ellas están, las beso. Querida abuela, querida
madre, aquí estáis en el reposo de la paz, en la libertad de vuestras almas.
Siento el vagar incesante pero inexacto de sus espíritus en esta habitación.
Una luz azul-amarilla mana de ese jarrón. Sí, de ese jarrón donde las cenizas
de ellas están. No, no tengo miedo, me abrazan en una calidez asertiva,
plasmada de toda calma. Sobreentiendo que es el amor protector. Un amor
naufrago en los océanos de las miserias del ayer, de este tiempo que ha pasado.
Pero ahora están juntas. Están unidas en la armonía de sus almas. Me da
fuerzas. No, no estoy ahora sola, presiento la presencia de sus manos
invisibles acariciando mis manos. Las miro y un halo azul-amarillo,
amarillo-azul corre por ellas. La danza en el nocturno profundo, alzado en mis
pies desnudos por el eco del pasado. Y habló con ellas. Ellas liadas en mis
manos, a mis pies, a mi danza que me evacua de la frialdad bajo este techo. Me
hallo bien, extensa por el vasto pasillo ando. No, no hace frío y las bombillas
de esta casa desconchada se apagan. Solo, la luz de ellas, su luz en mis manos
y las miro y me yergo como estrella fugaz del mañana...del mañana. Un mañana donde pondré flores nuevas como
signo de respeto, del querer, de lo justo. Temprano iré al mercado, un mercado
que me llena de viveza con su diversidad de color, con su ritmo. Ahora cierro
los ojos y descanso en el acogedor beso en mi frente de sus energías, de sus
luces amarillas-azul, azul-amarilla.
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