CARTA 6
La alambrada madre, ya he llegado al límite donde el ser
humano se hace corrosivo, nosotros. No entiendo este amasijo de murallas
punzante y detrás metralletas esperándonos. Avanzamos con pañuelos blancos,
avanzamos con las manos vacías, avanzamos con la mano de niños y niñas
disimulando el por qué. Del por qué somos tan egoísta ¿Por qué nos temen? Qué
miedo los acusa en sus ojos de balas, de navajas lanzados contra nosotros. Madre,
cada día lo veo más claro. Quienes nos ayudan no dan explicaciones pero creo
que esta huída, estos pasos que damos hacia una vida mejor es de retorno o
muerte. Sí, la muerte madre de muchos angustiados en medio de la nada, en medio
de vallas imposibles de pasar. Madre que
el frío se vaya, qué las armas que apuntan contra nosotros se retuerzan, que
los negros precipicios que nos espera desaparezcan. Ese es mi deseo, madre.
Tengo un niño que me da de la mano, me mira, observa los garabatos que hago en
este papel difícil de hallar. Se ríe, mientras yo le narro un largo cuento, un
cuento interminable. El me mira con su cara sucia y me dice sigue. Yo sigo
mientras te escribo. Disimular, eso es. No soporto este dolor, esa carilla de
ojos vivos que no deja de mirarme ¡La mentira¡ Ay que mentir ante tanta y tanta
penuria aunque el sol salga y nos caliente con un poquito nuestras manos
cansadas. Pero la alambrada está ahí madre, no nos dejan pasar al mundo llamado
vida. Pregunto alguna doctora de este
campo y sus ojos bloqueados se cierran, respira hondo y me dice ten paciencia. Madre
estamos en el final, ¿qué pasará? Lo ignoro, pero espero que nos dejen pasar aunque
solo sea algunos. No, no a todos. No comprendo. No llego a entender como
nuestro sufrimiento y calamidades no pueden doblar a un corazón. Supongo que
será, aunque no me lo digan, la
fermentación del aborrecimiento hacia nosotros. Me da ganas de levantarme y
tirarme a esa muralla de espinas y decir ¡Míranos¡ Pero no madre, sigo con este
niño y el cuento, el cuento eviterno.
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