Fogatas encendidas para
contrastar el frío que se incrusta, que raja nuestros sentidos. Sí, fogatas al
son de una canción que hablaba sobre un nuevo año. Todos tocaban palmas,
panderetas y alguna que otro violín resquebrajado sonaba al son que la danza miraba
los ojos cansados, los ojos decaídos, los ojos desfallecidos, los ojos lánguidos
de unos niños y niñas que tal vez nunca sabrá la realidad de vida sino está
realidad en un campo de miles y miles de refugiados en la inmensidad de una
tierra donde habita la nada. No sé si esta carta madre te llegará, pero aquí
estoy, asustada, con la helada carcomiendo mis manos, mis pies pesados,
cansados. Y, sí, veo ese futuro aquí, a esos niños , a esas niñas que corretean
de un lugar a otro con la alegría de una noche envejecida como máscara de lo
que nos espera. A veces pienso, que hago aquí, por qué no me quedé madre. Hace
tiempo que no avisto el arco iris, hace tiempo que ningún pajarillo trina a mí
alrededor. Solo, el lento gemido de alguien que se va, de alguien anónimo en
vacío de nuestros pasos. Aquí no llegan noticias de allá pero imagino que los
campos de minas y la guerra no han acabado, que siguen en curco belicista de la
humanidad. Pero a veces sueño, sueño con
mundo más bello en existencia, en seres que se abrazan tras una larga
tempestad, de flores arropándonos bajo
algún techo sólido, de una oportunidad de ser y ser. Ya te dejo de escribir, tal vez , más
adelante cuando la pena, la añoranza, la desilusión, la desolación no me
embargue te diré algo más. No te preocupes por mis palabras, solo, son palabras
efímeras que tal mañana no existan…mañana…
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