CARTA 7
No se madre en lo que terminará todo esto, te digo lo
cierto. La alambrada, hombres y mujeres armados vigilantes de cada uno de
nuestros movimientos. Los focos. Sí tienen luz algo de lo que carecemos
nosotros. Yo los miro. Sí, los miro fijamente porfiando, preguntando ¿Qué pasa?
Por qué no nos dejáis pasar. Ellos, ellas son inmutables, yerto en lo estático
de sus expresiones, de sus ojos neutros. No sé madre cuantos meses llevamos
aquí, el terrible invierno parece que se va, las heladas se desvanecen y en
este desierto humano amanecen las flores de los prados. Ni ganas de mirarlas
pero sabemos que el frío cortante se va. Aun así, seguimos igual, detrás de la
alambrada a que nos den paso. A veces en este extenso campamento, caravana hay
pesadas secuencias de rabia, de violencia. Eso lo veo normal, la desesperación
se aprieta el pecho y estalla. Ya ni rezo, para qué…qué Dios permite estas
escenas terroríficas, lamentables de la existencia. No madre, no estoy triste.
Solo, un poco cansada. Me unido a los que nos ayudan para ser olvido en el
trabajo que me mandan de todo esta condena. Ello a veces me hace dudar. Sí,
dudo. Me entero de muchas cosas, de muchas cosas no gratas a mis sentidos. Ello
me produce temblor. Y este niño que sigue a mi lado, que no me deja sigo con el
cuento. No sé qué años tendrá pero se ha encariñado conmigo yo también con él
¿Qué será de su familia? Si la tiene. Lo protesto en mis entrañas, huérfanos en
el infierno. El me sonríe, pero avisto cierta tristeza. Es como si yo fuera su
protectora. Si paso alambrada diré que es mi hijo, mi hijo pequeño. Verdad que
no te importa madre. Qué más da. Te dejo, la noche se aproxima y con ella las
luces detrás de la alambrada.
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